Años atrás, en mi época universitaria, fui parte de la directiva de mi promoción. Desde allí hacia cosas sin ponerles la firma. Actividades que tenían alguna resonancia y a las que por ingenuidad jamás les puse una placa de bronce imaginaria. Alguien vio las cosas que yo hacía. Pero no vio que YO las hacía. Adjudicó esos hechos al presidente de la directiva de la que yo era parte. Ese presidente no tuvo la decencia de decir que yo era el autor, organizador y quien finalmente se rompía las espaldas para que las cosas salgan adelante. Ese presidente, al que llamaremos por comodidad Giovanni, finalmente se convirtió en candidato a los órganos de gobierno universitarios presentando mis logros como suyos. Fue elegido. Allí comprendí que cuando se hace cosas está prohibido callar.
En Pueblo Libre, un ejemplo
Hace algunos años Pueblo Libre
fue gobernado por Angel Tacchino; sí, el de la TV. Tacchino recobró el distrito
del abandono en que su antecesora lo había dejado. El hombre de las noticias
hizo un trabajo importante recuperando pistas, veredas, servicios y seguridad.
Lo malo es que nunca lo dijo. Hacía muchas cosas bien hechas (también hacía cosas mal hechas, aunque menos), pero nunca las dijo,
no les ponía su firma y no les inauguraba una placa. El resultado fue que un novel,
muy marquetero y un poco sucio Rafael Santos, le ganó la elección a Tacchino, no
obstante su buena gestión. Con ese ejemplo, sumado a mi experiencia personal, confirmé
cuán importante es decir lo que se hace. Ahora mismo si se nos pregunta qué está haciendo el ejecutivo de Humala, nadie sabría qué responder. Está haciendo miles de cosas, pero su grado de comunicación es mínimo, casi inexistente.
En Lima, otro ejemplo
El problema es ese. Los buenos
gestores que hacen cosas, pero que las callan, porque se fanatizan al punto de creer
que hacer publicidad es deshonesto. La ley permite explícitamente la publicidad de los
organismos del estado, porque la gente tiene derecho de estar informada. La gente que calla sus obras, facilita el
triunfo de los bribones. Castañeda gastó millones en propaganda televisiva a
pocos meses de las elecciones presidenciales del 2011, diciendo que “ya venía
el progreso con el Metropolitano”. Nadie le reprochó el gasto de esos millones,
pese al evidente uso de recursos públicos en época electoral, pero él envió el
mensaje al subconciente de la gente, que ha reconocido que Castañeda “robará,
pero hará obra”. Susana Villarán en la
municipalidad de Lima ha hecho más cosas que Castañeda en la mitad del tiempo,
y sin robar. Pero no lo ha dicho. Ignoró que cuando se es autoridad se está prohibido callar. Esa inflamación de honestidad que la llevó a silenciar
sus obras, es lo que facilita el retorno de un tipo como Castañeda. Con él,
retorna al poder una mafia.
Los Buenos Ganan cuando Dan la Cara
Parte del compromiso democrático si
se quiere mejorar nuestro país, es impedir que las mafias accedan o retornen al
poder. Los honestos tienen la obligación de luchar contra las mafias, el
silencio no es una opción válida. El sistema peruano contempla la publicidad de
las obras estatales. Ojo, la publicidad de las obras, no la del alcalde,
presidente regional o funcionario público; eso sí es delito. Las
municipalidades y aún los gobiernos, están en condiciones de publicitar lo suyo,
no sólo por derecho propio, sino por derecho de la población a enterarse de lo
que se está haciendo.
El peligro de ser gobernados por bribones que buscan
llevarse dineros del estado es terrible. A Susana Villarán se le ha colgado el
san Benito de haragana cuando es una mujer que se ha matado trabajando por Lima
y haciendo obras. ¿Por qué? Porque su fanatismo la llevó al silencio. Angel
Tacchino y Susana Villarán cometieron el error de creer que los buenos ganan porque son buenos. Es un error terrible.
Los buenos ganan cuando dan la batalla, presentan lucha y dicen lo que hacen.
De lo contrario pierden. De allí la importancia de decir lo que se hace y de que para las autoridades esté prohibido callar.
Pueblo Libre, 18 de octubre del
2014
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