domingo, 25 de agosto de 2013

De la Feria del Libro de Lima hacia una Feria de Escritores

Hace ya muchos años que no asistía a la feria del libro de Lima. Para ser sincero, los eventos limeños de este tipo siempre me han parecido muy abundantes en pedantería y escasos de lo que sea que quieran mostrar. Sea teatro, cine, deporte, lo que sea; será siempre mayor la pedantería que el teatro, el cine, el deporte o lo que sea. Aquel último año accedí  a una de las conferencias y me encontré un grupo de tres o cuatro mozalbetes que hacían de presentadores del libro de uno de ellos y aprovechaban para anunciar que su siguiente libro (de cada uno) se publicaría en tal o cual mes del siguiente año. La industria librera peruana, pensé, debe andar de lo más bien, para publicar a unos mozalbetes a los que nadie conoce; o, los mencionados llevan más ego del que en el cuerpo les cabe.

Panel presentando El Cuento Peruano 2000 - 2010
 Eso pensé aquella vez y decidí que no estaba para perder más el tiempo en una feria en la que las grandes plumas eran Magali Medina, Mávila Huertas, Corvacho, Gianmarco Zignago, entre otros. Pues en esta feria del 2013, estaba anunciado no un gran escritor como los mencionados antes, sino un libro de cuento peruano, una antología de la primera década del presente siglo. Eso me pareció bastante más digerible y modesto que lo anterior, y no obstante todas las luces, abrigos, perfumes, helados, cafés, peinados y poses que sabía que encontraría, asistí a la feria.

Tuve suerte. Llegué minutos antes de que empezara la presentación, ocupé un asiento junto a otro que permanecía vacio y sobre el cual yacía el programa de la feria en un cuadernillo a todo color, bastante frondoso y detallista, al que miré con sospecha.  Poco a poco la sala se fue llenando. Toda la gente típicamente de aspecto universitario y bohemio, escritores y poetas malditos la mayoría, enamorados que se juraban amor eterno con algún poemario flamante en la mano, alguna señora clonada de otra de abundante cabellera y talento discutible, se notaba, para las letras, pero amante virtuosa de las mismas, y en fin, mucha gente que parecía vivir en la feria, conocer a todos los escritores de quince años en adelante y todas las facultades de literatura del país. Me sentía en mi salsa, más bien, en cicuta. En fin, me lo había buscado.

Grandes editoriales dominan la feria
En el panel 4 escritores y una reina de belleza que se ocupaba de las relaciones públicas de Petroperú, iniciaron la presentación. Ya se sabe, flores por aquí, guirnaldas y bombos por allá. El homenajeado era Ricardo Gonzales Vigil. Yo no sabía que él era el HOMENAJEADO, pero por los discursos, eso quedó claro, franela y felpudo abundante. Y él se dejaba querer. Pero bueno, lo importante vino después, cuando este buen señor, crítico literario de los buenos, jurado de concursos infaltable, anunció que para la compilación de los cuentos, había decidido considerar a “escritores publicados”. Entonces recordé a César Vallejo yendo a la Industria a ofrecer sus poemas y escuchando que le dicen “Amigo Vallejo, usted es inteligente, dedíquese a otra cosa.”. Sin ir más lejos, Julio Cortázar inició sus publicaciones a los 44 años, o José Saramago que lo hizo pasados los 50, después que le negaran la publicación de una novela y casi abandonara la escritura. Es decir que para Gonzales Vigil, si no has publicado eres impublicable. Tal vez por eso su nombre se luce en la tapa de la antología del cuento. Pero es de una cerrazón mental increíble aquello de no publicar a los inéditos. Y bueno, él era el dueño del circo y había que aceptar su criterio. Terminó el evento entre aplausos y anunciaron la venta de 80 ejemplares de la antología esa misma noche. Habíamos más de 200 personas, así que comprar dependía de muchos factores: recibir el ticket que estaban entregando, tener el dinero, hallar el puesto de Petroperú que sabe Dios donde estaría, formar la cola, y llegar entre los primeros 80. A juzgar por la que se armó, todos querían comprar.

Esperé sigilosamente en mi asiento a que viniera aquél jovencito A que entregaba los tickets, mientras la gente se arremolinaba en torno a otro jovenzuelo repartidor B, que indignado por la turbamulta decidía que no repartiría más, con lo que se armó el tole tole. Tomé en mis manos el ticket que me alcanzó A y aquel cuadernillo de feria que había despreciado antes y abandoné la sala. Ya afuera, busqué prontamente en el cuadernillo la ubicación del puesto de Petroperú, y luego me orienté veloz hacia él. Estaba en cola y llegué en el puesto 76. Compré la antología y debo decir que es muy buena, mejor que el antologista, de hecho.

Mientras hacía mi cola, vi pasar la espalda de una jovencita rubia, bajita, delgada, de botas negras y jean, escoltada por unos guardaespaldas que simulaban cuidarla de unos fans desesperados por tocarla. Unos metros más atrás, abriéndose paso a empellones contra nuestra cola, que nada le hacía; venía un tipo alto, de saco negro y cabello más negro aún. Sus guardaespaldas empujaron sin miramientos y el pasó tieso como una momia, seguro de que todos querían tocarlo. Era Jaime Bayly que había acudido a la presentación del libro de Silvia Núñez del Arco, la jovencita que había pasado primero como si fuera una estrella de rock.

Pues bien, la feria del libro me dejó un par de libros y la sensación de que nada ha cambiado. Todo es divertimento y fanfarria: podríamos prescindir sin pena de esta feria. Lo que falta es una Feria de Escritores. Una en donde estando, la estrella no sean los libros; donde se venda café y cigarros, pero no marcas. Donde la organización y los paneles no estén en manos de las editoriales sino de los colectivos, de los grupos de estudio, de universidades o facultades. Una feria en donde en verdad la gente vaya para encontrarse con sus autores y no porque quiere que la vean.  Donde no hayan guardaespaldas y puedas conversar sin empellones. Una feria utópica hoy, pero posible y necesaria.


Pueblo Libre, 25 de agosto del 2013