Redondo el rostro como una luna llena, Keiko anunció el lunes 29 de marzo a sus partidarios estar disputando el primer lugar en las elecciones peruanas. La realidad es que no ha incrementado en un voto su caudal, pero ha mantenido el segundo lugar ante la caída de Toledo y la subida de Humala, perdiendo además en marzo el 3% de las preferencias.
Keiko ha tenido una campaña presidencial más bien en segundo plano. Ha vegetado tranquila en la seguridad de que la lealtad de la gente a la que su padre dio de comer le devolvería el favor. Pero se ha mantenido en ese lugar también por el cálculo y la pusilanimidad de Castañeda, Toledo y Kuczinsky, candidatos temerosos de espantar a los votos fujimoristas en la eventualidad de una segunda vuelta en la que cada voto cuenta. Pero se ha mantenido segunda también por la complicidad de periodistas y medios acomodaticios que le hacían notas sensibleras en lugar de indagar sobre los orígenes de los dineros con los que estudió en el extranjero. Así, la exigencia de credenciales democráticas dejó de ser importante.
Keiko no ha destacado en estos cinco años por leyes a favor del pueblo o solucionadoras de problemas, tampoco por una solidez ideológica, o por su capacidad oratoria, su liderazgo es impostado como su sonrisa y su candidatura es por ser hija de papá, más que por méritos propios. No tiene ni de lejos, el carisma ni la honestidad (monetaria) de un Haya de La Torre, Belaúnde o Bedoya.
Keiko es la verdadera candidatura anti sistema, y la verdad sea dicha, a muchos esto parece no importar. En ninguna de sus presentaciones en este año o pasados Keiko ha deslindado con el golpe de estado de su padre. Durante los 10 años de la dictadura jamás dijo esta boca es mía frente a los atropellos constitucionales, las leyes de medianoche, los tíos acusados de robos por su madre, o los millones de Montesinos denunciados en 1,998. Tampoco dijo nada cuando en los años 1,995 y 2,000 la bancada parlamentaria de su padre sufría incrementos misteriosos, cuyo origen, después lo supimos, era el dinero para pagar tránsfugas. La amenaza de que retornen los Siura, los Medelius, la Colán, se cierne nefasta, pero también al copamiento del aparato público por una minoría nisei que acompañó al dictador y que hizo la vista gorda frente a sus tropelías.
Keiko llega y se mantiene en ese expectante segundo lugar también por la actuación de un partido aprista con el que tácita o explícitamente pacta un apoyo que se manifiesta en algunas votaciones. A diferencia del APRA de Jorge del Castillo en los 90, que se enfrenta a la dictadura, el APRA del presidente García del 2,006 concilia y consiente a cambio de los 13 votos del fujimorismo.
Cuando en 1,990 elegimos a Alberto Fujimori, pensando en él como en un “chinito buena gente”, nunca pensamos que estábamos eligiendo al que se convertiría en jefe de la mafia que gobernó nuestro país por 10 años y que sólo salió de él por un hecho circunstancial: un video. En 1,991 los parlamentarios de entonces aplaudieron el ingreso de Fujimori a las universidades del estado pisoteando la constitución que se lo prohibía. Un año después el presidente que habían aplaudido los desaforaba a sangre y fuego y los tanques tomaban el congreso. La amabilidad de los candidatos de hoy con la heredera del dictador, podrían abrir la puerta de un gobierno desde el cual mañana ella los expulse también a manguerazos y bombas. Pero entonces como en 1,992 ya será demasiado tarde.
Lima, 30 de marzo del 2,011
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