Uno descubre que está hecho de recuerdos. No somos espíritu, ni huesos vestidos de carne. Somos el recuerdo del segundo anterior, y el de los 40 años atrás. Yo recuerdo un terremoto en la ciudad y el miedo consiguiente, una escuela de mentira con una prima profesora, y un colegio (amarillo) de verdad al que fuimos todos los varones de esos años. Recuerdo como cosa escueta, un telegrama, unos años difíciles, una casa de palomas, una abuela, unos hermanos y unos primos.
Cuando uno viene no elige a la familia. Esta le toca en suerte como cuando lanzas unos dados. Abres los ojos y ya están allí. Te toman en brazos, le dicen a mamá, “es un hombrecito”, y una cachetada para llorar. Papá, mamá y hermanos. Luego la familia crece. Hay abuelos, tíos, primos, más tíos, más primos. Tuve una abuela a la que le bastaba una palabra para inventar una cura a nuestros males. Sean del cuerpo o del alma, allí estaba ella. Jamás los nietos le dijimos Mamá ni mamama (que huachafería), como hacen los chicos de ahora para no decir abuela a sus abuelas, pero vaya que nuestra abuela era una mamá.
Mis hermanos eran difíciles. Un día se llevaron mi bicicleta y la trajeron partida en dos. Tenían sus amigos y me dejaron tener los míos, elegir mi propio camino. Un día se casaron y se volvieron gente de bien. Tuve (tengo) una hermana, independiente y complicada que también se volvió gente de bien y creó una familia hermosa, como el otro y el otro. Tuvimos (tenemos) unos primos. Recuerdo una prima mayor que armó la escuela en el cuarto del fondo de su casa a los doce años, con dos alumnos indisciplinados. Yo era uno y el otro un primo con el que nos sentábamos al pedal de la máquina de coser de la abuelita y soñábamos que la rueda del pedal era el timón de nuestro auto y éramos tan pequeños que nos bañaban en tinas plásticas hasta arrugarse nuestra piel y los juguetes de goma no querían ahogarse ni quedarse en los fondos de aquellos mares de mentiras. Era lindo. Al salir nos cubrían con toallas calientes, nos vestíamos y a jugar otra vez.
Los primos varones nos íbamos de aventuras. Una mañana nos fuimos a la playa y caminamos hacia el Sur, tanto que pensamos estar llegando al autentico fin del mundo, encontramos un lago tan grande como el Titicaca, mucha arena y peces, estábamos perdidos pero hallamos el camino. Otras veces trepábamos el cerro Pesqueda, eso era cuando íbamos a casa del abuelo y la familia se agrandaba con otras tías tan jóvenes como nosotros. Los primos éramos como los Mosqueteros, todos para uno, uno para todos. De tanto mirarnos nos queríamos y nos aborrecíamos, pero al final del día cada uno sabía en donde estaban todos. Después el abuelo trajo a la familia a vivir al lado de nuestras casas y fuimos aún más. Abuelo, abuela, primos, hermanos, amigos, tremenda familia. En navidades íbamos de una puerta a otra saludando a la familia, a los vecinos, a todos. El abuelo compraba regalos para sus nietas mujeres y a los varones sólo nos quedaba silbar pero jamás una queja ni una envidia. En la niñez los primos siempre estuvimos en los cumpleaños de los primos. Hasta que se terminó.
Por eso digo que somos cofres de recuerdos. Sin importar por que caminos andemos, nuestros recuerdos van a cuestas. Principalmente recuerdo de nuestros primeros años, la primera música, la primera escuela, los hermanos, los primos, los abuelos. Del recuerdo venimos y en recuerdo nos convertiremos. Gracias familia.
Pueblo Libre, marzo del 2011
P.S. Espero terminar pronto estos temas. La idea era un blog político y se ha convertido en un anecdotario.
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