Vargas Llosa titula así ("Era de los Impostores") su último
artículo para el diario El País. Cuenta que el escritor Javier Cercas ha
narrado la historia de Enric Marco, un tipo que se fabricó una personalidad a
medida, como sobreviviente de los campos de exterminio nazis, y luchador de la
resistencia española contra el franquismo. Como tal dio conferencias y escribió libros: Un héroe. Toda la historia no era más que un timo que desveló el historiador Benito Bermejo, y que Javier Cercas pone en evidencia en
forma de novela.
En esas lecturas estaba yo cuando
se ha esparcido en el mundo y filtrado en mi PC la historia de este estudiante
de nombre Mohammed Islam, que ha acumulado una fortuna de 72 millones de dólares a sus escasos 17 años. Claro,
uno siente vergüenza cuando lee una noticia de esas. No se sabe si el problema
de no alcanzar esos notables logros es uno, o el país en que uno vive. Más aún
cuando se acaba de promulgar una ley de “Empleo juvenil” que convierte en sueño
cualquier esperanza juvenil de ser como Islam, qué va, ni ahorrando como Lucianita.
La noticia del estudiante Islam (fijaos el nombrecito problemático que tiene, lo que hace más notable
su éxito) ha aparecido primero que nadie en el New York Magazine y luego se ha esparcido por todo el mundo a
velocidad luz, que hubiera envidiado el capitán Kirk; siendo replicada por los
rotativos de los diarios y repetida en los noticieros de las principales
cadenas noticiosas del mundo. Todo ello
con la aureola del camino a seguir; es decir “Ya lo veis, sed como Islam, él
os enseña el camino, pobre es el que quiere”.
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Mohammed Islam |
Mohammed Islam, Enric Marco, López Meneses
Pero la verdad es que Islam es otro timador. Tan avezado
como Enric Marco, o a un nivel más local, como un López Meneses, ese otro
timador peruano que se hacía pasar por amigo empoderado del presidente Humala y
de su esposa, y que gracias a su temeridad se hizo poner escolta policial en la
casa y vendió (estoy seguro) a altos precios sus servicios de lobista de la
entelequia. Y no era nadie, ni tenía poder alguno.
A propósito de esto me recuerda
lo que me contaba un amigo hace poco. Me decía algo más o menos así. “Los
faroleros, los lobistas, los corruptos, te ofrecen ganar una licitación. Te
aseguran por su madre que te harán ganar. Te juran que conocen a las personas
claves que toman las decisiones de compra y que ya todo está conversado”. Cuenta éste amigo que los contactos al interior de las organizaciones no
dejan lugar a dudas en su ofrecimiento “Vas a ganar”. El único requisito es que
hay que pagar el 10% del monto asignado antes de que se conozca el resultado.
Cuando éste sale se puede ganar o perder. Si se pierde, el contacto dará alguna
explicación del tipo “ha intervenido otro jefe, el más grande”. Si se gana, el
contacto se frota las manos y elogia su propia habilidad, “Ya viste, conmigo te
vas a hacer millonario”, dirá. Lo cierto es que si ganas, ganas por tus propios
méritos y no por intervención del contacto "influyente". Sin embargo, el contacto que se ofreció
como persona bien conectada y con influencias nunca pierde, y vende un servicio
que no dará nunca. Es otro timador que se aprovecha de la ambición y angurria
de que los que lo quieren oír.
Así estamos. Wall Street nos ha
querido timar con la historia del joven de origen humilde, perteneciente una
minoría racial, que se ha hecho gracias a su habilidad con una considerable
fortuna. El mundo ha creído la historia por un rato. Pero Mohammed Islam, no
tiene ninguna fortuna conseguida en base a fantásticas inversiones, ni es un
genio de las finanzas. Todo no pasa de ser un juego de transacciones simuladas, bien explotado, un
pasatiempo de mocosos que juegan a la bolsa, que se ha convertido en un
notición para quienes han querido creérselo. Es verdad que, como dice Vargas
Llosa, vivimos una Era de Impostores; pero también es verdad que estos existen
porque hay gente ávida y contentísima de creerse esas historias.
Lima, 16 de diciembre del 2014
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