Insultar está de moda, lo sé.
También está de moda hablar mal de la gente. Si el insulto se hace en público,
mejor; y si se hace en algún medio de
comunicación masivo, mejor que mejor. Allí está el hoy famoso Guti Carrera (¿?)
que ha cimentado su fama insultando o hablando mal de las muy respetables
señoritas Milett Figueroa, y Melissa Loza, la ex de Roberto Martínez. Así que
si estas estrellitas mediáticas salen así de magulladas por el tal Carrera, hay
que ver lo que pasa en otros niveles. La cosa es harto dura.
Pero, ¿es un insulto tan malo? ¿Estoy
loco cuando lo pregunto? Quizás, pero dénme unos minutos antes de juzgarme. El
refrán dice que nadie necesita más una sonrisa que aquel que no puede darla.
Tal vez debamos empezar a decir que nadie necesita más cariño que aquel que sólo
puede insultar. Bien visto, quien nos insulta no tiene otra cosa que
darnos. Es lo único que tiene, y nos lo da. Quien nos insulta no tiene cariño
que dar, porque quizás tampoco lo ha tenido en
su vida. Imaginemos lo que es una vida sin cariño, sin recibir un beso,
un abrazo, una palabra amable, un reconocimiento. Debe ser terrible. ¿Podemos
pedir más de un ser así?
Un corazón así solo tiene para
dar su amargura. Si encuentra una pareja le hace la vida un calvario y es
capaz, tiene capacidad de hacer calvario de la vida de muchas parejas. Y de
todos los que cruzamos su vida.
¿Qué hacer frente a un insulto?
Cada vez que miro a alguien
insultar a otro, o insultarme a mí mismo, con esa facilidad y presteza que
tienen los insultadores, lo primero que viene a mi mente es que esa es una
etapa que ya supere. Ya soy otro, mejor que un insultador, no puedo responderle
igual. No digo que sea un santo de cuyos labios sólo salen palabras blancas,
también sale un carajo, un mierda; pero desde hace muchos años no insulto a
nadie y menos acompaño de emoción mis palabras fuertes. Acompañar de emoción un
insulto se vuelve contra uno. El insulto
se convierte en gastritis o una enfermedad peor. Una parálisis tal vez. No hace
millonario ni da la felicidad a nadie.
Por otro lado, cada vez que
alguien me insulta o lo veo insultar a otro, eso me recuerda mi educación. Los
años intentando educarme no pueden irse por el tubo del lavatorio. He adquirido
control y ese que me insulta está descontrolado, no puede con su genio; pero
sobretodo, no tiene capacidad para llevar con altura una discusión o exponer
una idea. Va de pérdida quien así se conduce.
Así que nada, cuando alguien me
insulta no respondo con insultos. No trato de reconvertir a nadie. El proceso
de aprendizaje es personal. O lo aprendes por tu cuenta o nada. Los
insultadores, tan de moda hoy en día, son personas que no reconocen estar mal.
Su conducta atraviesa sus vidas. El mensaje es para las víctimas de ellos. Una
sonrisa, un gracias, un buen deseo, es todo lo que necesitan esos personas que
nos insultan. También hay cariño en nuestro silencio, y ellos están muy
necesitados de cariño. Eso es todo.
Pueblo Libre, 08 de setiembre del
2014
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