Pocas veces mencioné hasta ahora a la juventud
limeña en este blog, porque pienso que cada época y sus jóvenes tienen derecho
de hacer lo que les venga en gana con sus vidas y meterse en ello es poco
elegante. Pero es válido hacerse unas preguntas y tener mirada crítica y hasta
hacer una defensa cuando eso es bueno. Preguntado por Ivan Thays acerca del
afán parricida de los jóvenes escritores que querían enterrarlo a él y a su
generación, Vargas Llosa respondió que le parecía natural, “pero no entregaremos
la cabeza sin pelear”, terminó diciendo. Yo intentaré dar una mirada a esa
juventud limeña actual a través de dos historias breves ocurridas ésta semana.
Primera historia
(del miércoles reciente). Un chico como de 18 sube al ómnibus. Tiene el rostro un poco deforme y el cabello negro hirsuto. Trae una guitarra en una mano y una chalina en el cuello que complementa a una casaca verde. Hay cientos como él subiéndose a los micros a cantar, por eso no le hago caso a éste. Él empieza a interpretar una balada muy antigua. Su voz suavemente gana potencia y lo invade todo. La gente es atraída por esa voz inesperada, se callan y lo escuchan. El chico tiene una serenidad de otro mundo. No hace alharaca, no grita, ni es estruendoso. Tiene un dominio de escena envidiable desde el asiento en que canta; sólo eso hace, cantar. Inicia una segunda canción. Es de Manolo Otero y se llama "Con todo el Alma". Ahora sí le hago caso al chico. Es un talentoso y canta en el ómnibus vaya a saber porqué. Cuando él termina yo canto mentalmente. No oía el tema desde tiempos. El chico pide unas monedas y la gente le llena las manos con ellas. Él no se cansa de decir gracias a tanta gente que le paga. Lo dice sin sonrisas, sereno como grande, artista al fin. Talento y honestidad de la mano de un chico de 18 en un ómnibus limeño. Mentalmente digo Gracias y sigo cantando esa canción que hace años no escuchaba.Segunda historia
(de hoy Viernes). Un chico de 17 y yo vamos andando por Wilson. Una camioneta pasa llevando un gran panel con la foto de Castañeda en su tolva. El mira la foto de Castañeda y le habla como si fuera su Dios, “No necesitas pedir mi voto, ya lo tienes”. Luego el chico me pregunta por quién voy a votar. Le digo, Por Susana. Él me pregunta nuevamente, ¿Por qué? Le respondo, Porque hace obras y no roba. El chico de 17 se llama Jonathan y me dice, Todos roban. No contento con eso remata diciendo, ¿Tú crees que una persona que maneja tanto dinero no va a robar aunque sea un poquito? Le respondo, Sí, no va a robar. Hay personas cuyos valores y formación son más fuertes que todas las tentaciones del mundo. No van a perder su honestidad ni por todo el oro. Te lo digo, porque soy una de esas personas. Él chico de 17 no insiste. Se creyó listo y ahora no tiene más que decir. Sin querer ha confesado que robaría si pudiera, ya lleva la predisposición en su ADN. Es un chico muy humilde. Sufre una rara enfermedad que debilita su organismo como si fuera de cristal. El chico no ha dicho que Castañeda sea honesto, eso no parece importarle; ha dicho que Susana también roba. Seguramente es un chico más listo que yo y juzga a los demás a partir de lo que conoce de las portadas de diarios amarillistas o de televisiones similares. El sistema ha logrado corromper a los jóvenes y a los desprotegidos. Los jóvenes ya no son generosidad, ideales y buena onda. Eso son pavadas. Ahora abundan los traicioneros, los mal hablados, los alegosos de nada que sólo conocen 50 palabras pero quieren cobrar su mes a precio de oro. Y en sus visiones delirantes creen que los corruptos son todos y que llevamos las uñas agrandadas. No hay derecho, Los ladrones son otros, no la gente limpia que vivimos exclusivamente de nuestro trabajo. Jonathan merecería que el sistema le enseñara a confiar en que esos ladrones y esos corruptos van a ser castigados con la ley. Que le enseñe que ser ladrón o corrupto no es negocio.
Estas dos
instantáneas de la juventud actual nos dicen de la vieja pugna bíblica del bien
y el mal. Lo malo es que en Lima los signos positivos son siempre muy escasos. Para
encontrar algún hecho positivo rescatable en la capital peruana debo retroceder
al año 2007, cuando se armó una gran cadena de solidaridad movida por los
jóvenes frente al terremoto de Ica. Siempre quisé saber qué hubiera ocurrido si
el sismo no se sentía en Lima con la intensidad que se sintió, pero lo cierto
es que la solidaridad se existió. Desde ese año la juventud limeña parece movida
por lo que un escritor peruano llamo “incultura, falta de compromiso, juventud
minimalista”. Jonathan es un corrupto en potencia, limitado en parte por una
enfermedad física, pero deformado por una sociedad que le muestra la corrupción
como algo natural e impune. El chico cantor, tan humilde como Jonathan, es la
esperanza de que el talento se encuentre a sí mismo y ésta ciudad sea rescatada
desde el arte y la virtud de gente que a pesar de las dificultades cree que la
forma de hacer las cosas es la honesta acompañada de esfuerzo. Sólo el tiempo
nos dirá cuál fue el camino tomado; aunque valgan verdades, hoy parece que la
suerte de ésta ciudad está echada.
Pueblo Libre, 13
de setiembre del 2014
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