Cuenta don Lázaro, “Partimos de Santa Rosa. Cada persona llevaba 30 kilos de equipaje, entre alimentos y algunas cosas más. Los alimentos eran para la ida (venida a Codo), para el tiempo que estaríamos en el lugar, y para el retorno hasta Santa Rosa”. ¿Cuantas personas fueron en el primer viaje? “Siete personas ú ocho, no más”. Mi anfitrión habla con vivacidad, como si el viaje hubiera ocurrido ayer, o como si estuviera a punto de iniciarlo. Le pregunto cuánto demoraron en llegar. “Dos días y medio” “Teníamos que andar duro, porque sino no avanzábamos”, dice. Le inquiero si se ayudaban cortando el monte con machetes o hachas. “No. Una vez que cortas el día te gana. Con mal camino no se avanza”. ¿Entonces, pasaban entre la maleza? Introducíamos la cabeza y luego el cuerpo, teníamos que avanzar rápido. ¿Y los animales?, No había muchos. Pero aclara que también usaron la orilla del río cuando podían. Le pregunto si cuando llegaron a Codo hallaron gente, “Nada, nadie”, ¿Ni nativos?, No, ellos estaban mucho más allá. Le hago notar que el suyo fue un viaje rápido, comparado con el de los colonos fundadores de Pozuzo que demoraron dos años en llegar. Entre Pozuzo y Codo hay algo más de 60 kilómetros. “Teníamos que avanzar rápido por los alimentos, además es menos distancia” responde. Mientras el señor Florida y yo hablamos, Rildo se ha quedado a unos metros de nosotros y eventualmente interviene para precisar algún dato. ¿Qué implementos traían? ¿Botas de jebe?, “Zapatos bajos, con botas de jebe no se avanza caminando”. Sorprendido le retruco, Les podía morder una culebra, “Mala suerte” me responde. Me inquieta cómo se pobló Codo, le pregunto, ¿Luego de que ustedes encuentran la tierra, les empieza a venir la gente? “Poco a poco” responde. “En lugar de decirnos vayan, que yo voy a ir después de ustedes, nos decían están locos, se van a ir tan lejos, ¿acaso no tienen tierras para que trabajen, no tienen comida acaso?" “Así nos fastidiaban”. “Pero nosotros éramos 9 hermanos varones y tres mujeres. Unidos. Nos dábamos la mano unos a otros. Y nos vinimos poco a poco. Los otros nos siguieron después” Escuchando al señor Florida pienso que es lo de siempre, los visionarios son combatidos, la visión de quienes pueden ver más allá de los ojos de ver, es combatida con burla o escarnio desde que inicia el mundo hasta nuestros días. Le pregunto ¿Y qué implementos traían? Escopeta, machete, fósforos, arroz pilado, y azúcar para el café.
Vista del rio y el pueblo desde la vivienda de Lázaro Florida |
Hay hombres y mujeres que escuchan al corazón y cambian su existencia y con ella la de cientos o miles de hombres. La odisea de Lázaro Florida y sus hermanos no fue sólo un viaje que pudo costarles la vida; sino vivir luego en medio de la nada, o de la abundancia, según se mire, pero en una soledad polar quizá para siempre, privados de todo. Esa decisión cambió la vida de los casi 12,000 habitantes que hoy tiene el Codo del Pozuzo y de otros miles que comercian con ellos. Codo es una tierra prodiga que sus ojos entrenados vieron antes que nadie. A través de su voz y sus gestos y mirada, descubro en el señor Florida el ardor y la sabiduría, la capacidad de quienes no se arredran y se juegan enteros por un objetivo. Es de imaginarlo a los 27 años arrasado por la fiebre de la decisión de hallar la tierra que buscaba. La encontró, creó una chacra, inventó y fundó un pueblo.
Después del duro trabajo en la chacra, el señor Florida |
¿El viaje lo benefició? ¿Está contento, orgulloso de lo que hicieron?, le pregunto, “Claro, pues”, responde y explica, “Lo bueno es que no hemos padecido por gusto. A nosotros se nos fue nuestra vida y pasamos tanto sacrificio, pero no ha sido en vano. Codo ya es una ciudad. Usted ve la cantidad de potencial económico que hay. Codo produce muchos miles de cabezas de ganado. Es considerado el distrito que produce más cantidad y mejor calidad de carne de ganado (del país). Aunque yo no tengo mucho, me gusta que ha crecido el pueblo”. Luego me comenta que trabaja con uno de sus hijos en cinco lugares. Recuerdo todo el camino que hemos ascendido para llegar hasta su cabaña y mirando el verdor que nos rodea por decenas de metros le comento que “tiene usted un jardín grande”. Sonríe y me explica que él “eligió este lugar altito, porque da una buena visión”. Le confirmo que así es y le pregunto si para el aniversario del pueblo a él lo invitan. Responde que ahora último han empezado a festejar pero en fecha cambiada. “La fecha es el 5 de junio, reclama. Aunque este año no se hizo por las elecciones generales”. Le pregunto (por fastidioso que soy) “Y a usted… ¿ya le hicieron un monumento? Sonríe otra vez y responde “A mí qué me van a hacer monumento” “A mí que me ayuden en algo cuando estoy vivo, no muerto” Sonrío escuchando a este hombre jovial, lúcido y sabio. Hago mi última pregunta, ¿Para el viaje no usaron el río?, “No. El río es feo, muchas caídas, es peligroso”. Y sentencia con una lección final “No hay que tener miedo (al río), pero hay que respetar”.
El jardin del señor Florida. Caen rayos y nos vamos |
Ha llegado el momento de partir. Don Lázaro Florida está preocupado porque han iniciado a estallar rayos en el cielo. “Los vaya a partir un rayo” dice. Antes de despedirnos quiere obsequiarme un racimo de plátanos de su provisión personal. Le explico que no, que he venido sólo a Codo y que es demasiado para mí. Y pienso –aunque no se lo digo- que soy yo quien está en deuda con este personaje extraordinario que me ha permitido llegar a su casa y contarme su historia, y conserva la sencillez y amabilidad de la gente buena. Nos despedimos como viejos amigos y me propone que lo visite algún día. Le aseguro que sí. Subimos a la moto y nos vamos. La lluvia esta cayendo, el cielo se ha puesto muy negro hasta simular una noche a las cinco de la tarde. Hemos descendido con rapidez la montaña sintiendo en nuestros hombros la lluvia que amenaza barrernos. He preguntado a Rildo si alguna vez se ha estrellado y le he pedido que ésta no sea la primera vez. Huimos de la lluvia, de los rayos, entre los campos y la carretera a velocidad interestelar. Huimos como si nos persiguiera el diablo y todos sus esbirros, porque siento que no le ha gustado que hoy yo conociera un balcón en el cielo del Codo del Pozuzo. Ha sido una aventura increíble. Jamás olvidaré éste día.
Dia 3. Balcón del Codo del Pozuzo, 26 de Octubre del 2011
...Fin...pero continuará...
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