Chabela, viajera de Santa Rosa |
Hemos salido de Pozuzo la mañana del martes. He recorrido brevemente el pueblo antes de partir. Como el día anterior, al caminar entre calles muy limpias y ordenadas observando las montañas tan próximas que rodean al pueblo, es sorprendente la sensación de libertad, de despreocupación, de plenitud que se tiene. Quizás a esto se refirió Betzabeth cuando dijo que esta tierra era un paraíso. En fin. Para el viaje hacia Codo deseché la combi y elegí una camioneta con cabina, en el sector de la tolva, de frente a todo, como DiCaprio en el Titanic. Eso me permitirá tener una perspectiva diferente del paisaje a la que tendría viajando bajo techo. La mañana está pletórica de Sol. Entre los pasajeros de la tolva hay una niña de quince años que por su estatura parece mayor. Se llama Chabela y tiene unos ojos verdes y el cabello bastante rubio. Ha preguntado de donde soy y al responderle no oculta su sorpresa y me dice que el 4 de noviembre estará en Trujillo en viaje de promoción. Y por qué Trujillo, le digo. ¿Por qué no Lima o Cusco? Lima no tiene nada de bueno, y ya lo conocemos, responde, y al Cusco nadie lo mencionó en el aula. Nuestra coordinadora conoce Trujillo y dice que es una ciudad bonita. Chabela es de Santa Rosa, un caserío de postal a once kilómetros de Pozuzo. Desde allí partieron los fundadores del Codo del Pozuzo en 1,967.
Caserío de Santa Rosa |
El camino dura aproximadamente 3 horas. Buena parte del trayecto es muy similar al que existe entre Oxapampa y Pozuzo. La misma flora, los mismos árboles majestuosos, la montaña más majestuosa aún y la misma densidad de vegetación cubriéndolo todo. También el inmovilismo que da la sensación de tierra virgen, inexplorada jamás, sin huellas dactilares humanas nunca. Pero luego de una hora y media es notorio que la tierra se ha vuelto arcillosa y ha adquirido una coloración de un marrón rojizo muy intenso. Y las montañas subrepticiamente han descendido sus dimensiones. Las caídas de agua persisten y el río jamás abandona nuestro trayecto. El clima sí es diferente. Entre Oxapampa y Pozuzo tuvimos sectores de lluvia y frío. Ahora en cambio el clima está cálido y soleado, quizás demasiado pues he quemado mis brazos rápidamente y el rostro no es excepción.
Edificación en Chamorro |
He puesto atención al momento en que lleguemos a Chamorro, o a lo que tres años antes me dijeron que era Chamorro. El lugar en donde se iniciaba el viaje en moto, cuando aún no existía la carretera afirmada por la que hoy viajamos. Ese viaje en moto fue una aventura aparte, llegué hecho un barro y con jirones de sangre en mi piel, pero contento, esa primera vez. Ahora, cuando llegamos al supuesto Chamorro observo un conjunto de edificaciones y casas, algo distinto a la casa blanca en forma de L que yo recordaba, o la casa no está más o la cambiaron la prosperidad y el tiempo. He atisbado algo de ella en otra, un pliegue, un muro, algún árbol del jardín interior. Nada seguro.
Vista de Chamorro |
En algunos puntos del camino suben pasajeros nuevos para viajes muy cortos. Nadie pacta precios, si levantan la mano se les hace subir y al momento de bajar acuerdan el valor del viaje. Nadie desconfía y los acuerdos son justos. El conductor es un muchacho muy joven y muy delgado. Es amable con todos y todos con él.
En un momento me ha parecido ver el cerro Huanca, un coloso muy empinado y muy verde con forma de cuchillo, parecido al Huayna Picchu cusqueño. Trato de fotografiarlo, pero ya no tendré la perspectiva necesaria, los vaivenes del viaje me azotan contra los lados de la camioneta y es difícil conservar la estabilidad.
Finalmente aparece ante nosotros un puente pintado de un color naranja muy visible, es el puente Codo, inaugurado recién un mes y medio antes y que junto al puente Alacrán y el puente Cocina, hacen posible que la comunicación sea más fluida e ingresen vehículos de mayor envergadura a Codo. El puente no lleva placas inaugurales ni de Alan ni de nadie. De aquí en adelante el viaje es coser y cantar. Dejamos atrás los cerros y corremos por una llanura inmensa plagada de ranchos en los cuales es común observar ganado pastando. Hasta llegar a la estación de transportes. Codo del Pozuzo es un pueblo pequeño en el que parece imposible perderse y sus edificaciones son mayoritariamente de madera y eternit.
Vista de Codo del Pozuzo |
Al fin estoy aquí. Uno cree que se va para siempre de algún lugar, pero no se va nunca, retorna atraído por la aventura, los afectos y los misterios que no pudo desentrañar la primera vez, como el viaje de los fundadores en 1967 a través de la selva, los que emularon en fondo y forma el viaje de 1859.
Dia 2. Codo del Pozuzo, 25 de octubre del 2011
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