jueves, 17 de noviembre de 2011

Un Balcón en el cielo del Codo del Pozuzo

                 Imposible llegar a Pozuzo y que alguien no le hable a uno del Codo del Pozuzo. Fue lo que ocurrió  en mi primer viaje. Tanto en el camino como en el pueblo en sí y aún antes, algunas personas ya lo habían mencionado. Eran comerciantes de paso por Pozuzo, agricultores en camino a algún lado, viajantes que hablaban porque cuando viaja uno habla como bebe, respira o mira. Como una cosa lleva a la otra, empecé a indagar quién había fundado el pueblo de Codo, en dónde quedaba, cómo era. El fundador: Lázaro Florida. Los datos en ese momento fueron muy pocos. Él y otras personas, un grupo reducido, partiendo de Pozuzo habían seguido la ruta del río adentrándose en la selva, hasta llegar al lugar en que hoy se levanta el pueblo llamado Codo del Pozuzo. Muchas preguntas surgieron. ¿Por qué se fueron? ¿Quiénes eran? ¿Cuántos eran? ¿Por donde realmente fueron? ¿Fue peligroso el viaje? ¿Y si aquello fue en 1967, por qué no usaron avioneta para el viaje? ¿Por qué se detuvieron en Codo?

                La única forma de responder mis preguntas era hacerlas. Así que me dispuse a preguntar. Pero ¿a quién? Nadie respondería mejor que los fundadores originales. Tenía la suerte de que aún estaban vivos. Un poco lejos de mi casa en la ciudad, pero eso se podía arreglar. Así fue que luego del primer viaje a Pozuzo, hice un viaje relámpago hasta el Codo del Pozuzo. Ya lo he dicho, la falta de tiempo me obligó a cancelar mis indagaciones aquella primera vez. Hube de  esperar tres años y medio para que se presente una segunda oportunidad. Un par de veces cancelé el viaje por razones fortuitas casi con maletas en la mano: poco tiempo, mal clima, escasez de recursos (billete). Pero no hay mal que dure cuatro años ni inquietud que lo resista. Así que a mediados de octubre (2011) tenía el tiempo, las ganas, el dinero, todo. Y aquí estaba, héme aquí, en Codo. Dos datos estaban muy claros con todas las personas con las que indagué. Uno, el señor Florida vivía fuera de la ciudad. Dos, era conveniente ir en moto. Había un tercer dato, podía ir caminando, pero demoraría. Dato cuatro que no me dieron, no llegaría si no conocía la casa ni aunque tuviera GPS, fuera un marine gringo y tuviera el sentido de orientación de Colón.

                Así que estoy en el segundo día de mi estancia en Codo, decidido a conocer al señor Florida y preguntarle por mi mismo las cosas que deseo saber. Por la mañana fui a buscar a un amigo del pueblo. Lo conocí en el primer viaje y tuvo la gentileza de traerme hasta el pueblo y darme algunos datos que necesité entonces. Encontrarlo ahora fue difícil. He indagado por muchos lugares con poco éxito hasta que finalmente he dado con su casa y me han dicho que no saben donde está, quizás se fue a la chacra y si es así no volverá hasta el domingo. Menudo lío, el domingo ya estaré muy lejos. Así que me despedí de su familia, contrariado con la situación. Ofuscado, me metí en una cabina de internet y cuando salgo 30 minutos después, Rildo, que así se llama el amigo, me encuentra a mí. Ha pasado tanto tiempo que tardo en hacerle recordar quien soy y no es para menos pues ni yo recordaba su rostro. Al final, sin que ninguno de los dos sepa si es otro es el que dice ser, damos una vuelta en su moto por todo el pueblo y nos despedimos ignorando si nos volveremos a encontrar.

                A las tres de la tarde de mi segundo día en Codo, después de una pasada por la única y simpática radio local, donde me enteró de que la temperatura es 26 grados (que parecen 35 cuando yo vengo de un clima de 15 grados) me encamino hacia la salida del pueblo, rumbo a la casa del señor Florida. Ya allí busco motos que me puedan llevar, pero no hay una. Cuando por fin veo un taximoto esté no tiene conductor. Sopeso ingenuamente la posibilidad de empezar a caminar antes de que se haga tarde. En eso aparece Rildo y se ofrece a llevarme. Trepo rápidamente al vehículo, me tomo de las agarraderas y volamos de allí. Tomamos la ruta de Codo a Pozuzo. Ante mi desfilan unas pocas viviendas y después la misma llanura verde de pastos y ganado que vi el día anterior, al llegar. Veo nuevamente los ranchos en mitad de los verdes campos, algunos con algún vehículo en las puertas, en otros casos veo los toros y vacas pastando en los campos o retozando. 

Ganado observable en el camino


Viajamos así por 20 minutos hasta que en determinado momento Rildo toma el lado derecho de la carretera y se interna entre la maleza. Invisible a ojos distraídos hay un camino escondido. Por allí avanzamos haciendo equilibrio, pues es tan estrecho que sólo pasan las ruedas de la moto. Seguimos ascendiendo. A ratos pasamos por pequeños puentes construidos por trozos de madera, o tablas que crujen ante nuestro peso como si fueran a estallar. El ascenso es de unos 500 a mil metros bordeando la montaña. Después de unos minutos emocionantes en que creo que no llegaremos nunca o que la moto no podrá trepar más, dado lo escarpado del camino, llegamos a un sector plano en donde nos detenemos. Al mirar hacia atrás me sorprende comprobar que estamos a mucha altura. Desde aquí se divisa el río como un mar algo lejano abriéndose en dos direcciones. Es sol reverbera estallando en las aguas del río como un arco iris. Es como si viéramos el pueblo y el río desde algún balcón en el cielo. Frente a Rildo y yo hay una empalizada y trás ella se mira una choza de madera y plantas. Allí vive don Lázaro Florida.

                Hay unas nubes negras que se anunciaban cuando iniciamos el viaje y ahora están casi sobre nuestras cabezas. Son una amenaza de lluvia; más aún, amenaza de truenos, relámpagos y rayos. Rildo sugiere que quizás debemos regresar, por una vez lo veo asustado, “Es peligroso”, dice. Peligroso o no –pienso yo- ya estamos aquí. El señor Florida estaba a unos metros y después de tres años y medio ninguna lluvia me iba a detener… 

Continuará…

Día 3. Codo del Pozuzo, 26 de octubre del 2011.

              

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