miércoles, 2 de noviembre de 2011

De viaje (paseo indagación exploración búsqueda descanso tontería sanación) en la selva central.


Domingo 23 de octubre, seis de la tarde. La mochila en la mano, los documentos en el bolsillo de la camisa; el pasaje, el dinero, la cámara, en el bolsillo del pantalón. Me voy. Tres años y medio antes perdí el ómnibus, hoy no se repetirá aquello, por eso salgo temprano. He postergado dos días la partida en espera de sanarme, pero nada. No importa, igual parto con una faringitis, una congestión nasal y una poca de fiebre. Después de todo, será parte de la aventura. Para añadir mayor riesgo al asunto no alcance a ponerme la vacuna contra la fiebre amarilla, precaución de ley para los de piel fina y no inmunizados, es mi caso. Procuraré resolver ese tema con un repelente de insectos. Ignoro si tarántulas y similares se enteren de repelentes, pero no hay opción. He de irme. 

La Selva Central: sus rios y su flora
                 Cuando creo que llego a la estación de omnibuses me escapo del vehículo que me llevaba y desciendo presuroso. Avanzo dos cuadras en la avenida 28 de julio y la agencia no aparece. Hay muchos comercios y la noche empieza a cerrarse. Avanzo dos cuadras más, se acaba el comercio, a lo lejos veo unos edificios enormes, sucios, feos. Atravieso bajo un puente de cemento. La cosa pone los pelos de punta. Algo ha pasado, me han cambiado las calles. Estoy en la cuadra 28 de 28 de julio en La Victoria en Lima, un sector nada recomendable, aún para los victorianos. Doy media vuelta. La agencia está en la cuadra 21. Un perro atropella a una señora que cruzaba la pista, nada menos.

                A las 7:40 estoy acomodado en mi asiento. Una promoción de chicos de colegio viajará en mi ómnibus. Qué importa. Pero sí importa. Hacen bromas tontas, se la pasan hablando todo el viaje, como si dormir no estuviera en sus planes. Se nota a leguas cuanta cultura falta hoy en los jovenzuelos. A mitad de madrugada se les da por oír música con alto volumen.  Me entran ganas de reclamarle a la profe que anda por allí muy suelta de huesos, pero me digo, Y bueno, el silencio no será mejor que su música de tecno cumbias.

                Aprovecho para pensar. ¿Por qué viajo? Para pagar deudas. De las monetarias y de las otras. También para huir de la ciudad que me tiene el borde de un ataque de nervios y con estos erizados. Por otra parte viajo en busco de una persona, un personaje más bien, un tipo de otro mundo. Y con él también busco a otras personas, además de historias, muchas historias. Ando escaso de luces e historias. Con el viaje de tres y medio años antes,  tuve bastante. Ahora voy a ese banco natural en busca de un crédito que de fondos suficientes para completar la aventura que vengo escribiendo. ¿Otra razón? Sí, siempre hay alguna razón inconfesable y así ha de quedar. ¿Alguna más? Retarme a mí mismo nuevamente y saber sin que nadie me lo cuente qué está pasando en el interior del país. Digo, no es que uno no viaje, pero una cosa es viajar a Trujillo, ciudad a la que viajé en mis vacaciones del 2009 y 2010,  y otra cosa es viajar a zonas deprimidas donde la presencia del estado es casi nula o inexistente. Si además de lo anterior sé que la aventura está garantizada, este viaje no tiene pierde ni escapatoria.  

                ¿Incidentes durante la noche? Ninguno. A las cinco y cuarenticinco de la madrugada llegamos a Oxapampa, pequeña ciudad enclavada en la selva central peruana, famosa por el café que produce (dicen que es el mejor del mundo) y por la ganadería. Es tan temprano que la gente aún duerme en sus casas. Percibo que la ciudad ha cambiado. Yo recordaba una urbe de pocos autos. Ahora veo semáforos inteligentes. ¿Para qué? Lo sabré después. Desde aquí viajaré a Pozuzo. Para ese viaje que es la verdadera aventura, necesito tener un asiento al lado de la ventana del lado izquierdo, el lado del río. Han vendido todos los cupos disponibles, así que me quedo hasta las 7:30 en espera de otro vehículo. Por cierto, desde Oxapampa a Pozuzo hay servicio de Combis que salen a las 4:30, 6:00, 7:30, 10:00 y 1:00 pm. Ahora estoy en el primer día del viaje y la aventura, la verdadera aventura, está por comenzar.

Ventana del lado izquierdo para observar el paisaje
                 Trece años antes, una amiga, Betzabeth, me habló del pueblo en que nació, Pozuzo. Me contó una historia increíble de rayos, truenos y relámpagos y una casa formidable en que se refugiaba cuando niña. Le creí cada palabra e incubé una curiosidad insana. Debí esperar 10 años para conocer el pueblo, pero entonces por escases de tiempo sólo me sedujo la belleza inigualable de los paisajes que observé en el camino. Ahora, con tiempo suficiente, la historia tendría que cambiar.

Día 1, 24 de octubre del 2011, desde la selva central, Oxapampa.

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