Jorge Bruce, reputado sicólogo a
quien estoy seguro muchos desearían matar, fue entrevistado el miércoles en
radio San Borja por Glatzer Tuesta, de IDEELE. Mientras escuchaba a Bruce no
pude evitar pensar “Pero si eso es lo mismo que he venido pensando hace mucho
tiempo”. Bruce da en el clavo cuando dice y grafica “Embrutecerse causa placer,
por ejemplo ver el fútbol”.
Ante el fútbol somos los que
somos. Es como si el traje de seres racionales y educados, incomodara a un
sector creciente de gente en las ciudades; es como un gordo vestido con traje
de ballet: ¡Horrible oye!. De allí que sea muy placentero desnudarse frente al
fútbol. Uno deja salir la bestia que lleva dentro: el sanguche y la cerveza,
los gritos, toda la parafernalia anterior y posterior. El patriotismo no es más
que la manada que celebra al jefe, el gol es la cabeza sangrante del contrario
sostenida en una mano. Por eso miramos el fútbol en grupos, es la tribu, la
manada de cazadores al acecho. Por eso las mujeres son expulsadas de ese
espacio, que se ocupen de los hijos, del hogar, o de la cueva, que barran.
En un atoro del tráfico o en un
choque, insultar al otro da placer; uno suelta el insulto y se siente liberado.
Es como si se quitara un peso de encima. Además es la venganza contra la
ciudad. En ese instante en que gritas o insultas al otro en medio del día
citadino, estás liberándote de las ataduras que esa ciudad te impone. No gritas
al otro, no te vengas del otro; es el grito contra la ciudad, es la consumación
de la venganza contra tantas ataduras. Y si la venganza viene con una patada
contra algo, mucho mejor. Es la vejación completa, porque el individuo se
siente vejado diariamente por las normas que van desde cómo se viste, hasta cómo
debe portarse frente a una cosa de acero llamada semáforo. Odiamos al semáforo,
un semáforo en tu vida es un minuto menos de vida. ¡Que muera¡
Fútbol y placer embrutecedor: Pasión de multitudes |
Comer es otra cosa que nos
animaliza terriblemente. No hablo del hecho de alimentarse por la diaria
necesidad para mantenernos vivos. Hablo del comer como ritual en el que se come
por placer y hasta por vanidad. Cuando la porción excede lo estrictamente
necesario, cuando se come por agradar a las papilas gustativas, cuando se come
por la necesidad de contar a las amistades lo que se comió. ¿Hay algo más
embrutecedor que pedir o servirse un plato de comida que uno sabe que no acabará?
Comer en exceso a pesar del sobrepeso que se carga y a sabiendas de que se
empeora ¿No es esencialmente embrutecedor? Y si lo es… ¿Por qué se hace? ¿No es
cierto que hay gente muy educada que cuando come se comporta como un troglodita
que arde en el placer de la comida?
Otra cosa que produce el placer de embrutecerse es la
televisión. La llamamos “Caja boba”, pero hay que ver el éxito que tiene. Sería
de locos que hoy en día en un restaurante no exista un televisor para los
clientes. Nadie sería cliente de un lugar así. Lo que se mire ya es otra cosa.
El asunto no es cuanto alimentan esas imágenes; el asunto es que ese ruido y
esas imágenes nos dan una sensación de pertenencia, de conexión, de estar al
día. No hay placer más grande que el que graficaba Al Bundy: sentado en un
sillón, en una mano el control remoto, la otra mano calentándose entre la
pretina del pantalón y la piel, mirando un programa aburrido junto a la esposa
boba y los hijos adolescente pidiéndole dinero. Esa escena es la cima del
placer embrutecedor. Es lo que aspiraría todo humano de ciudad medianamente
sano: olvidar quienes somos y ser el homo espectadorus. Y el homo espectadorus
no es otro que el que deja su vida aparcada a la entrada del hogar y vive o mira la
vida del otro. Es el placer sin límites.
De allí el éxito de los
smartphones, que por otra parte son aparatos bastante inclusivos. El TV era
para todos pero quienes más parecían disfrutarlo eran los hombres con el fútbol
o el catchascán. La mujer usaba el TV para sufrir viendo la vida de otros en
las telenovelas. Con los smartphones en cambio, el placer está repartido. Las
mujeres los usan con la misma intensidad que ellos y lo disfrutan por igual o
más. Chatean, chismean, comentan, ríen, lloran y se embrutecen por igual.
Porque finalmente de eso se trata: de renunciar a lo que somos o aspiramos a
ser, para optar por el placer de embrutecerse ante un semáforo, una pantalla, una
pelota, un smartphone o un plato de comida.
Televisión y placer embrutecedor |
02 de julio del 2015
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