domingo, 5 de julio de 2015

El Placer de Embrutecerse

Jorge Bruce, reputado sicólogo a quien estoy seguro muchos desearían matar, fue entrevistado el miércoles en radio San Borja por Glatzer Tuesta, de IDEELE. Mientras escuchaba a Bruce no pude evitar pensar “Pero si eso es lo mismo que he venido pensando hace mucho tiempo”. Bruce da en el clavo cuando dice y grafica “Embrutecerse causa placer, por ejemplo ver el fútbol”.

Ante el fútbol somos los que somos. Es como si el traje de seres racionales y educados, incomodara a un sector creciente de gente en las ciudades; es como un gordo vestido con traje de ballet: ¡Horrible oye!. De allí que sea muy placentero desnudarse frente al fútbol. Uno deja salir la bestia que lleva dentro: el sanguche y la cerveza, los gritos, toda la parafernalia anterior y posterior. El patriotismo no es más que la manada que celebra al jefe, el gol es la cabeza sangrante del contrario sostenida en una mano. Por eso miramos el fútbol en grupos, es la tribu, la manada de cazadores al acecho. Por eso las mujeres son expulsadas de ese espacio, que se ocupen de los hijos, del hogar, o de la cueva, que barran.


El placer de embrutecerse: el fútbol
Fútbol y placer embrutecedor: Pasión de multitudes
En un atoro del tráfico o en un choque, insultar al otro da placer; uno suelta el insulto y se siente liberado. Es como si se quitara un peso de encima. Además es la venganza contra la ciudad. En ese instante en que gritas o insultas al otro en medio del día citadino, estás liberándote de las ataduras que esa ciudad te impone. No gritas al otro, no te vengas del otro; es el grito contra la ciudad, es la consumación de la venganza contra tantas ataduras. Y si la venganza viene con una patada contra algo, mucho mejor. Es la vejación completa, porque el individuo se siente vejado diariamente por las normas que van desde cómo se viste, hasta cómo debe portarse frente a una cosa de acero llamada semáforo. Odiamos al semáforo, un semáforo en tu vida es un minuto menos de vida. ¡Que muera¡

Comer es otra cosa que nos animaliza terriblemente. No hablo del hecho de alimentarse por la diaria necesidad para mantenernos vivos. Hablo del comer como ritual en el que se come por placer y hasta por vanidad. Cuando la porción excede lo estrictamente necesario, cuando se come por agradar a las papilas gustativas, cuando se come por la necesidad de contar a las amistades lo que se comió. ¿Hay algo más embrutecedor que pedir o servirse un plato de comida que uno sabe que no acabará? Comer en exceso a pesar del sobrepeso que se carga y a sabiendas de que se empeora ¿No es esencialmente embrutecedor? Y si lo es… ¿Por qué se hace? ¿No es cierto que hay gente muy educada que cuando come se comporta como un troglodita que arde en el placer de la comida?

Otra cosa que produce el placer de embrutecerse es la televisión. La llamamos “Caja boba”, pero hay que ver el éxito que tiene. Sería de locos que hoy en día en un restaurante no exista un televisor para los clientes. Nadie sería cliente de un lugar así. Lo que se mire ya es otra cosa. El asunto no es cuanto alimentan esas imágenes; el asunto es que ese ruido y esas imágenes nos dan una sensación de pertenencia, de conexión, de estar al día. No hay placer más grande que el que graficaba Al Bundy: sentado en un sillón, en una mano el control remoto, la otra mano calentándose entre la pretina del pantalón y la piel, mirando un programa aburrido junto a la esposa boba y los hijos adolescente pidiéndole dinero. Esa escena es la cima del placer embrutecedor. Es lo que aspiraría todo humano de ciudad medianamente sano: olvidar quienes somos y ser el homo espectadorus. Y el homo espectadorus no es otro que el que deja su vida aparcada a la entrada del hogar y vive o mira la vida del otro. Es el placer sin límites.


La televisión embrutece al espectador
Televisión y placer embrutecedor
De allí el éxito de los smartphones, que por otra parte son aparatos bastante inclusivos. El TV era para todos pero quienes más parecían disfrutarlo eran los hombres con el fútbol o el catchascán. La mujer usaba el TV para sufrir viendo la vida de otros en las telenovelas. Con los smartphones en cambio, el placer está repartido. Las mujeres los usan con la misma intensidad que ellos y lo disfrutan por igual o más. Chatean, chismean, comentan, ríen, lloran y se embrutecen por igual. Porque finalmente de eso se trata: de renunciar a lo que somos o aspiramos a ser, para optar por el placer de embrutecerse ante un semáforo, una pantalla, una pelota, un smartphone o un plato de comida.

02 de julio del 2015

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