El peligro de volver a Trujillo y andar sus
calles con los ojos bien abiertos, es que uno se convierte en juez. Además está
el odio y el amor, y las inevitables comparaciones y las preguntas sin
respuestas. Yo camino preguntándome a qué hora me caerán encima los
delincuentes que la prensa limeña ensalsa como los más temibles del planeta y
que parece que tienen la ciudad controlada al milímetro y a todos los trujillanos entonando Pedro
Navaja hampón de esquina. Pero nada de eso encuentro que no sea la ciudad
apacible y los rostros amables de toda la vida y de toda la historia porque así
ha sido por los siglos de los siglos. Amén. ¿Y lo que dice la prensa limeña? Nada, algo
tienen que inventar, porque de algo tienen que vivir y una buena mentira les ha
ayudado a vivir. Y es verdad, aquí no hay huachimanes, ni rejas en las
bocacalles de los barrios, ni tranqueras electrónicas, ni perros asesinos como en Lima.
El amor. Caminar el centro de
Trujillo es iniciar (o reiniciar) el amor con la ciudad solariega y limpia de
atmósfera, en la que uno dió los primeros pasos; es descubrir con asombro la
belleza de los colores de las casas de la plaza mayor, únicos; pero también
redescubrir la belleza de las casonas coloniales con sus ventanales de hierro. Descubrir
su origen. Saber que aunque no se visite, al norte se tiene a Chan Chan y al sur las
Huacas del Sol y la Luna, que cada día convocan a más maravillados turistas;
huacas que siguen develando sus misterios, para sorpresa del mundo, como el
rostro del Degollador, que se ha convertido en un nuevo ícono de la ciudad. Es visitar el mural de Hastings y convencerse de que Trujillo sigue creando formas de maravillar a sus visitas.
Casona colonial en Trujillo |
El odio. Mirar Trujillo es
también preguntarse por qué los trujillanos han elegido como alcalde al señor
Acuña. Mi impresión siempre fue que ese caballero no da la talla para una
ciudad tan importante y que la cultura no le alcanza para saber en dónde está
sentado. Los brotes de basura en algunos barrios y algunas calles, la invasión
ambulatoria, el desorden del tránsito en algunas zonas y la nula presencia
ordenadora de las autoridades parecen confirmar mi impresión. Pero culpable no
es acuña, sino aquellos que lo eligieron. También viene del amor y el odio el
preguntarme en donde está el producto de las nuevas generaciones de trujillanos
salidos de las nuevas universidades; como la Vallejo, de Acuña. En donde están
las nuevas industrias, con y sin chimeneas, que deberían dirigir esos nuevos
profesionales. No las veo. Si bien la ciudad ha cambiado considerablemente,
corre el riesgo de calcutizarse porque es un crecimiento y cambio que no es
dirigido por sus profesionales, sino por la irrupción de economías de
subsistencia que saturan cada metro cuadrado.
Tampoco veo los nuevos los nuevos liderazgos, las artes ni la gran cultura. Qué fue del Grupo Norte que marcó una época en el país? ¿Dónde están las inquietudes? Se habla mucho de capital de la cultura, pero habría que pensárselo dos veces. Cultura no es el desorden, los colorinches, la saturación de los espacios.
Tampoco veo los nuevos los nuevos liderazgos, las artes ni la gran cultura. Qué fue del Grupo Norte que marcó una época en el país? ¿Dónde están las inquietudes? Se habla mucho de capital de la cultura, pero habría que pensárselo dos veces. Cultura no es el desorden, los colorinches, la saturación de los espacios.
Colorinches, saturación y desorden |
El amor. Caminar las calles de
Trujillo es volver a tomarse un jugo en la San Agustín, probablemente el jugo
más exquisito que se pueda beber en todo el país. Es comerse un pollo a la
brasa en los Pollos Bolivar, para revivir la tradición; es buscar y casi no
encontrar el King Kong de Castañeda, tan rico y tan exclusivo a la vez, y
desear comérselo por la tarde con un café, o una cola, igual de sabroso lo uno y
lo otro (nada me digan de Kinkones lambayecanos que saben a suela). Es comprar
calzado bueno bonito y barato; buscar las contundentes yuquitas fritas del 24
horas, tan ricas y buenas que tres de ellas son demasiado. Es observar en el
mercado central la fruta más maravillosa y colorida de todo el país; es mirar
con angustia el colegio San Juan en el que fuimos felices, ver que lo han
ensuciado; es mirar y no tener tiempo para entrar a comer helados en “El
Chileno”; ni tener tiempo para 100 cosas más, porque llego a la conclusión de
que esta ciudad es tan grande y posee una riqueza cultural visitable mayúscula,
que ya no alcanzan 4, 7 ó 15 días. Entre museos, casonas, distritos,
monumentos, comercios, se necesita más tiempo y no hay.
Apenas puedo ingresar a conocer la casa de Haya de la Torre, hoy
restaurada y convertida en museo; visitar por segunda vez el balneario de
Buenos Aires, para verlo convertido en lugar turístico de quienes desean ver cómo
increíblemente se muere una playa; visitar una parte de la familia, reconocer a
los primos viejos y conocer a los nuevos; en fin, Trujillo es el lugar del odio
y del amor. Una ciudad hermosa que estremece por su belleza invisible y la
calidez de su gente y su historia tan rica; pero que angustia por sus problemas
no resueltos, porque no se le descubre el norte, y porque sus mejores hijos no
están a la altura o están en otra parte.
San isidro, 04
de mayo del 2012
Jorge César Ulloa Valderrama! Me sorprendo una vez más al leer algo tuyo, como la primera vez - allá por el ya lejano 1982 -, cuando leí una página del cuento que dejáste olvidada en la vieja máquina de escribir de la familia. Cuánta sensibilidad hay en tus palabras y qué bien expresas el sentir de los que te leemos. Leer lo que escribes sobre Trujillo me llena doblemente de emoción, por ser un trujillano que ama su tierra y, por ser tu primo. Muchas gracias por tus escritos, por tus fotos y por lo que éstas simbolizan para la familia y los trujillanos de nacimiento y corazón. Un abrazo a la distancia Jorge César; veo que casi coincidimos en Trujillo, yo también regresé a la capital de La Libertad para celebrar con mis padres mis 50 años de vida; y, aunque ya no tenemos casa allá, la tierra la llevamos siempre en el alma!!!
ResponderEliminarBruno Campana Valderrama.
Bruno Marco, gracias por tus palabras. Justo esta semana con la romería a Miraflores y la vista a la tumba del profesor Nelsón Vásquez recordé el episodio de la máquina de escribir. Nada. Trato de hacer bien esto y de ser honesto con lo que miro y siento. Y sí, casi coincidimos en Trujillo, hubiera sido bueno, hay que planificar.
ResponderEliminar