En la vida o fantasía de
cada niño existe una playa en la que construye castillos de arena, o recoge
muimuyes de entre la arena humedecida de la orilla, o persigue carreteros que emergen de las entrañas de la tierra, saliendo de orificios que parecen cueva de mineros o duendes.
¿Normandía en el día D? Buenos Aires, Truillo - Perú, las playas no mueren de pie |
Los bonaerenses y una parte de
trujillanos hicieron de Buenos Aires esa playa. En las mañanas del verano, cuando el Sol
brillaba en oriente abriéndose paso entre los cerros que cubren las espaldas
de la ciudad, mientras
estiraban sus cuerpos o construían castillos sin dragones, veían cruzar barcos y gaviotas en el horizonte. Los barcos eran un misterio de destino ignoto, se iban para nunca volver; las gaviotas daban vueltas en el aire con sus gritos, volando a vuelos rasos, robando gotas del mar.
En un
cuento de Edgar Allan Poe hay una playa en la que cada mañana aparece de la nada un cerro de
arena; lo limpian y vuelve a aparecer. En Buenos
Aires cada día una cantidad de arena como un cerro desaparece sin que se sepa a donde se
va. Fue la playa más amplia en toda la ciudad, pero fue la playa pobre, la del último minuto, la más a la mano. Estos últimos años junto con la arena, el mar se ha llevado decenas de metros del litoral. Es muy poco lo que se ha salvado momentáneamente; ni nadar, ni jugar, ni mirar, ya nada se puede hacer en esa playa a no ser que se miren los recuerdos.
Hilera de bloques de cemento caídos como soldados muertos |
He llegado cerca del mediodía a
Buenos Aires. En la parte central de la playa se reúnen los curiosos: turistas
al paso que desean mirar cómo se muere una playa. Se paran sobre un borde y
miran el horizonte como si no alcanzaran a creer lo que ven. Luego inician el
peregrinaje hacia el norte o el sur. Miran como el mar ha comido las arenas,
como si hubiera dado una gran dentellada arrancando trozos de un pastel. Hacia
el norte, una franja de rocas intenta ser una barrera para el mar; hacia el sur, una hilera
de bloques de cemento han caído como soldados muertos en una
guerra. Sólo unos pocos se mantienen en pie. El mar se estrella contra las
rocas con fuerza, revienta, nos moja con una suave llovizna. Cuatro curiosos
parados sobre una plataforma se cruzan de brazos y miran: un cañón de hierro
varado o tirado en la orilla librando una última batalla; una lengua de mar que
ha ingresado en la arena como una medialuna, un sector de la playa que semeja
las arenas de Normandía en el día D. El mar vuelve a estallar y muestra las
espumas blancas de toda la vida. Acaso más limpias que antes y esa sea la única
ventaja de tanta devastación. Una tenue neblina se infiltra en el ambiente y la
sensación de final se vuelve aún mayor.
Cuatro curiosos parados sobre una plataforma se cruzan de brazos y miran: no creen lo que ven |
¿Las autoridades? Nada, ya nadie les cree nada. Dos niños de la zona han pasado corriendo junto a mí, se han detenido a mirar el mar, uno ha probado a entrar al agua, retrocede, se van. Miro el agua coronando las rocas con sus espumas y pienso que falta muy poco para que logre rebasar. Las rocas quedaran en el fondo del mar y este seguirá avanzando. Hoy es un día normal. Hay días de mar encrespado en uqe las aguas salen aún más hacia la ciudad y la gente asustada reza su mejor oración.
Una lengua de mar ha ingresado en la arena. Los niños ya no construyen castillos. |
Que desaparezcan dineros en las arcas del estado es normal; que desaparezcan personas en las guerras intestinas es normal. Que desaparezca una playa no. Decido que hoy no desaparecerá. Me marcho preguntándome cómo veré la siguiente vez lo visto hoy. La silueta de un barco se dibuja en el horizonte, pero los niños ya no construyen castillos. A la playa la devora el mar.
San Isidro, 3 de mayo del 2012
PD.: Este es el relato de lo que encontré al retornar a Buenos Aires en el 2014
Buenos Aires hace algunos años |
PD.: Este es el relato de lo que encontré al retornar a Buenos Aires en el 2014
Es casi imposible que llegue a ser lo que fue
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