Uno viene porque Buenos aires es la playa de
uno, la playa que uno caminó, que anduvo, la que nos vio y vimos desde niños. En
las incontables tardes de la niñez mirábamos desde las puertas de la casa el
ocaso, cuando no existía aún tantas construcciones atravesadas que nos cubrieran la
visión como ocurre ahora. Veíamos como el sol se iba tasajeando mientras se ponía
anaranjado y rojo y enorme y cercano; lucía como un queso acuchillado con
chavetas de colores; y el mar se cubría de una coloración rojiza como si hubiera
enfermado de algo o como si fogones inmensos lo incendiaran desde abajo. Mientras, las últimas gaviotas apuraban unos vuelos alocados
y nosotros nos envolvíamos en un trozo de toalla, fríos, con los labios arrugados por el agua y las ganas de comer algo caliente; y la prima grande nos arropaba, tan grande y bonita era
que tenía ya como ocho o diez años, y se hacía cargo de los 6 o 7 chiquillos que
hacíamos del verano una fiesta insondable en ese Buenos aires que uno viene a
ver ahora.
Hace dos años estuve aquí, cuando Buenos aires parecía el principio del fin del mundo. Escribimos acerca de eso. Las arenas huían a cada
instante devoradas por un mar pertinaz que ganaba metros al litoral; bloques de cemento levantados y
clavados en la arena para oponerse al mar, habían caído como soldados muertos
en las arenas húmedas de una limpia Normandía trujillana. Otros bloques más
resistentes parecían desafiar a la gravedad. Era la desolación, la angustia, el
acabóse. Aún quedaban restos de las antiguas construcciones de playa, del
malecón que fue, de los ranchos de comidas que se armaban en el verano. Todo estaba
en riesgo de ser devorado por las aguas desde siempre peligrosas de Buenos
aires. En ese estado, aún llegaba mucha
gente a presenciar como testigos fatídicos la destrucción, las últimas horas
o días del Buenos aires conocido.
Hoy es la seguridad. Una
amplísima barrera de rocas se ha formado para impedir al mar su avance hacia
las viviendas de la gente. La barrera debe tener algunos kilómetros de longitud
y varios metros de ancho. Son unas rocas grandes y sólidas montadas unas encima
de otras, limitando una franja de tierra basta y definitiva, de un lado; y el
mar, del otro. Un mar más basto pero no definitivo, porque nunca se sabe si una
noche decidirá saltar la barrera y decirnos que fuimos ingenuos. Sin embargo lo
que ésta barrera de piedras significa es una sola cosa: la playa no volverá nunca
más, Adios playa, Adios mar. Los niños y los adultos no volverán a nadar en esas aguas. Se cerró la temporada
veraniega para siempre. Alguna vez aquí se celebró la vida y los ranchos de comida
hacían suyas las arenas en el verano y se jugaba el fulbito o la paleta pelota o lo que fuere. Hoy apenas si alguna persona en una mesa
pequeña pretende ganarse la vida atendiendo a los nostálgicos que viene a ver,
como yo, lo que queda de Buenos Aires. Somos gente que tiene algún vínculo,
vivieron aquí, se enamoraron aquí, nadaron, o solamente venían por las tardes a mirar el caer del sol.
Las enormes rocas sirven para
sentarse y mirar el horizonte en el que navegan los barcos. Pero la desolación,
la sensación de pérdida, de luto por esas arenas que ya no están es tan fuerte
que ni los pensamientos quieren venir. La gente se sienta, mira el horizonte se
levanta y se va. No se puede soportar. Yo saco algunas fotos, hago una breve
filmación, lo justo para recordar este momento doloroso y triste y me voy. Allí
se queda esa playa nuestra, mía, esa playa no existe más.
Pueblo Libre, 29 de junio del
2014
hace poco estuve por buenos aires estaba yo llegando por la noche y tan bravo es el mar que me puse a pensar como vive puede vivir las personas por acá con la incertidumbre de que tan bravo mar pueda sobrepasar la barrera de rocas y pueda pasar lo que nadies quieres ese accidente fatal que esta a la vuelta de la esquina
ResponderEliminarEs verdad que es un mar bastante bravo. En los años pasados la gente vivió con mucho temor por la bravura de las aguas que iban consumiendo las arenas y cercando las viviendas. Si bien las rocas han disipado un poco el peligro, la solución está lejos de haberse alcanzado.
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