Es un día cualquiera. Sales de la
casa punto de 8 pm. Basura en las afueras de tu casa arrojada por los
“vecinos”. Empiezas a andar. Les has hablado, pero igual siguen arrojándote la
basura en tu jardín. Caminas, doblas la esquina. Basura dejada junto a las
puertas, unas horribles y enormes bolsas negras de las que escapan unos
misteriosos líquidos también negros. Unas puertas más allá, alguien decidió
dejar su bolsa de basura a mitad de camino entra la vereda y el límite de la
pista. Ese alguien es más inteligente que los demás, aunque sea la alejó de la
vereda un poco. Sigues andando y
encuentras más basura, esta vez desparramada en la vereda. Un perro se acerca,
olfatea, levanta una pata y mea. Sigues andando, y llegas a los pequeños mercados
que atienden por las mañanas a la vecindad. Ahora lucen cerrados, pero en sus
afueras un enorme muladar de residuos orgánicos y no tanto, perfuma el lugar.
Apenas te cubres la nariz. Es lo de todas las noches. El problema de la basura en Lima, la tres veces
coronada villa. ¿Coronada a santo de qué? Ve tú a saber, querrían haber tenido
rey y sólo tuvieron coronas. De espinas y de basura.
Una amiga, Cristina, me comentaba
hace poco acerca de un viaje que hizo el año pasado al país de los relojes, Suiza. La gente, me decía ella, lava los elementos como cajas y botellas luego
de usarlos, para evitar el mal olor y la descomposición, y los almacenan hasta
su recojo por el camión recolector que ocurre varios días después. El papel
higiénico es desechado en el inodoro del baño. Y todo eso con la participación
de la ciudadanía. Esa es la diferencia. En ciudades como Lima no existe
ciudadanía. La tres veces coronada villa de Lima se jacta de su comida y de su
mar, pero en ciudadanía vive en pañales. Los ciudadanos no nos sentimos parte
de la solución de los problemas. Llevar una buena vida se resume en comer bien,
beber bien, dormir bien. Cero responsabilidad. Es de locos creer que alguna vez
el habitante de Lima, previsoramente diga, “el camión de la basura no pasa
hasta el miércoles, hay que lavar botellas, limpiar cajas y aplastarlas y
guardar la basura”. Qué va, el habitante limeño arrojará su basura al vecino a
la medianoche amparado por la oscuridad. Claro, el problema irá creciendo y
tendrá unos hermosos muladares en dos por tres, pero eso el limeño jamás lo entiende. En todo caso
culpará al alcalde. Y no es que el alcalde se deba cruzar de brazos, su participación es protagónica, pero sin ciudadanos el problema de la basura en Lima no tiene solución.
No hay ciudad del Perú en la que
los ciudadanos odien más la basura que Lima, y no hay ciudad del Perú que esté
desde siempre más inundada por ésta, que Lima. Parece amor serrano “Más me
pegas, más me quieres”. O lo que los místicos dirían “a lo que te resistes,
persiste”.
Basura en Lima |
¿Cómo se soluciona esto? La gente
requiere una revolución en sus costumbres. Aprender a usar el agua que
derrochamos a raudales. Aprender a hacer algo con esa basura que generamos y
que sólo sabemos sacar a las puertas o arrojarlas a los vecinos. Una revolución
que empiece en los colegios y atraviese nuestras vidas. Pero, ¿quién la va a
enseñar? Los maestros. Pero los maestros también tiran la basura, no han
aprendido, por lo tanto no pueden enseñar. Entonces empezar el experimento a
pequeña escala: una manzana, un barrio; y luego ir expandiendo la zona de
influencia. Es el único remedio posible. La falta de cultura que muestra la
ciudad al llegar la noche es intolerable, inaudita. No es de gente civilizada. Somos
trogloditas, pero podemos cambiar.
La basura arrojada en las veredas
y jardines al caer la noche no es sólo de mal gusto y mal olor, es peligrosa,
constituye focos infecciosos y amenaza la salud de la gente. Hay una
complicidad entre las gobernantes y gobernados. Unos y otros simulan que no
existe el problema. ¿Cómo puede una ciudad ser considerada ciudad jardín,
moderna y capital gastronómica de nada, si forma tremendos muladares en sus
distritos cada noche?
Menos ombliguismo limeño y más
manos a la obra es lo que se necesita ya mismo. Y en este problema todos somos
culpables, unos por acción, otros por omisión. Unos más, otros menos. Queremos
vivir en el paraíso y que éste no nos cueste nada. Así no es, se requiere
esfuerzo, tomar conciencia.
San Isidro 28 de enero del 2016
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