Cuando hace tres años Iván Thays
escribió que la comida peruana era un petardo gastronómico e indigesta, el
primero en atacarlo fue Gastón Acurio. El mediático cocinero escribió de Thays “No sé quién es, ni le hago caso”. No fue el único. Después de Acurio decenas de cocineros del
exclusivo club de Gastón, insultaron públicamente y con saña a Iván. Nosotros dijimos lo nuestro. Pero esto
de escribir verdades es como el fútbol, da revanchas, y la revancha de Thays ha
llegado pronto de la mano de insectos y roedores en fast foods y restaurantes.
En éste local empezó el escándalo |
Cuando Comer es lo "Real-Maravilloso"
A la una en punto empezó el suplicio. En Lima la gente se para al costado de tu mesa, sin roches, sin paltas, a esperar que termines para tomar tu asiento. Una onda a lo bestia y lo más incivilizada del mundo, pero es lo que hay. A mi pesar hube de hacer cosa parecida, algo más caleta, desde la entrada del establecimiento. Me paré allí apuntándole a una mesa con cara de que la iban a desocupar, con la intención de salir yo corriendo como Usain Bolt para hacerme con el asiento liberado. Error. Otros competidores me ganaron vez tras vez, porque estaban varios metros más cerca que yo, parados junto a la mesa. Finalmente Ventura se apiado de mi. Ventura no era la suerte, sino el propietario del restaurante y me dijo “¿Nuevo, verdad?”, le dije, “Nuevo e irrenunciablemente vergonzoso”. Me miró con lástima y me explicó mientras me cedía su asiento, “Ven, siéntate aquí por hoy, pero si no te vuelves medio sinvergüenza sufrirás mucho para comer”.
Agradecí el consejo y tomé
asiento dispuesto a aprender todo lo que pudiera. Una vez sentado me percaté de
que los comensales en derredor no tenían bandera, es decir, gente inescrupulosa
como aconsejaba Ventura, es cierto; pero con modales de cargador de mercado: sorbían,
se sonaban los mocos, los codos recostados en la mesa, la cabeza sin levantarse
del plato, con hawaianas y bermudas y polo barato de Gamarra. De locos. Y las
señoritas que atendían, unas diosas. Vino una de ellas muy linda con lunar en
la mejilla y dentadura de perfectos dientes pequeños, que mientras pasaba un
trapo a la mesa, me dijo sin mirarme “Qué se sirve”. Así, sin tono de pregunta.
Le dije, ya obviamente fastidiado, “¿Buenos días no?” Me miró incrédula y
preguntó “¿Cómo dice?”. Pues eso, era linda, más yo no me iba a retractar, le
dije “Que no deberíamos perder la educación, siempre un buenos días es mejor”.
Respondió “Uhm ¿va a comer o no?
Después de que se fue con mi
pedido apuntado en un papel manteca (y no hablo de aquellos papeles marroncitos
de antaño, sino de un papel sucio de manteca) la vi aproximarse al hueco de una
puerta, gritar hacia adentro anunciando los pedidos, recoger algo y volverse
con idéntica premura hacia otras mesas. Al costado de ella una puerta lucía
semi abierta y con la luz encendida. Era
el baño de hombres. ¿Un baño junto a la puerta de la cocina? Que digo, no
junto, adosado, soldado, codo con codo, la puerta del baño de hombres y la
puerta de la cocina de la cual salían nuestros alimentos, estaban pegadas una a
la otra como dos amantes en su noche de bodas. Es decir, alimentos y microbios
se complementaban a la perfección. Una pena, pero más que nada una humillación
al sentido común y el amor propio.
Vino mi comida, que no era la
gran cosa y costaba como si lo fuera. Me persigné varias veces, como si fuera a
disputar la final de la Champions y empecé a ingerir. No mentiré, cada bocado
que llevaba a mi boca era un auténtico suplicio preguntándome si tendría que
salir corriendo hacia ese baño que me había disgustado tanto. Entre tanto un
muchacho salió de la cocina, dio un paso para ingresar al baño y cerró la
puerta tras de sí. Demoró varios minutos adentro y finalmente salió retornando
a la cocina. Fue suficiente, me levanté, pagué a Ventura estoicamente y me fui
de allí.
La Verdad Gastronómica Monda y Lironda
Es sabido en casi toda Lima
cuadrada que en ese ámbito sólo hay tres o cuatro lugares que merecen el nombre
de restaurantes. Están ubicados a media cuadra de la plaza de armas. Eso es
todo, lo demás son cientos de establecimientos donde comerciantes inescrupulosos la pegan
de empresarios y contratan como personal de cocina a cocineros que no son tales,
que carecen de carnet de sanidad y desconocen las mínimas prácticas de higiene.
No tienen una educación sustentable y el trabajo les ha caído del cielo y sin
exigencias. El personal que atiende las mesas puede ser peor. Es común verlos
frotarse las narices mientras esperan un plato o recogen un pedido. También se
toman el cabello o el rostro y se secan el sudor con el dorso de las manos que
manipulan nuestros platos. Algunos llegan a atender en etapas de tos y
estornudos. Todo vale. Lo triste es que los comensales no exigen algo
diferente, llevan la bandera arriada y muchas veces es porque no conocen otra
cosa y su poca educación no les permite ver el riesgo que corren comiendo en
semejantes condiciones. Como dijo mi hermana, tienen la valla puesta muy abajo.
Es la verdad. Lima es una ciudad
donde comer es una sucia aventura. Solicitar permiso para ver el estado de las
cocinas es algo que los propietarios jamás permiten y las municipalidades no
practican. La experiencia narrada más arriba no es ficción sino la verdad tal cual. El
problema no se reduce a Lima cuadrada sino a todos los distritos. A las
autoridades no les preocupa ésta situación y cuando reciben alguna queja o
denuncia ésta sirve para extorsionar al establecimiento
denunciado, más no para sanción, multa o mejora. Así, la afirmación de
que somos capital gastronómica de latinoamérica es una broma asquerosa e
insalubre. Pronto empezaremos a aparecer entre los lugares peligrosos para
visitar, como aparecíamos en tiempos de la subversión. Entonces toda la
fantasía se derrumbará.
Higienizar o Morir
Quien piense que comer
higiénicamente es asunto de pagar más, no tiene la peregrina idea de qué va la
cosa. La higiene es innegociable y los precios deben incluirla como un insumo más.
Si por abaratar costos se prescinde de la higiene mal negocio hacen los comensales.
Además, nada garantiza que los restaurantes caros tengan mejor higiene que los
baratos. En mi criterio, la gran deuda de los servicios en Lima está en los
campos del transporte y la comida, y ésta última por la falta de higiene y en ésto hemos sido grandes hipócritas callando la verdad. A la
distancia de 3 años, Iván Thays ha demostrado tener razón como una catedral y Gastón Acurio ser
por lo menos un tipo desconectado de la realidad, sin cultura ninguna y en el
peor caso, un inescrupuloso como el que más, al que sólo le importa su negocio. En el escándalo de los fast food no ha dicho ni media palabra.
Pueblo Libre, 11 de febrero del
2015.
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