Tomás Borda es el último y el
más éxitos de muchos médicos peruanos que desde hace varios años ingresan a nuestros
hogares a dejarnos la salud. Es la promesa que a juzgar por los resultados no
se cumple. Si no, si estuviéramos bien ¿por qué siguen entrando más y más
médicos a los medios de comunicación?
Tomás Borda, con voz almirabada
y sus ojos claros a los doctor Kildare, parece un actor de cine y es así como
lo miran todas las señoras entradas en años y cabellos blancos, que conforman
su auditorio en vivo. Pero no son las
únicas. Los hogares peruanos lo han convertido en su favorito. Mientras almuerzan
Ceviches y Papa a la Huancaína, miran al médico que les
habla y les muestra con lujo de detalles heces, sangre, vómitos, mucosidad,
acné, pus y diversas enfermedades una más terrible que la otra.
Ignoro cuánta gente se ha
curado mirando el programa, pero me consta que la gente lo sigue como una
religión. Cuando ingreso a algún restaurante a almorzar, me lo encuentro
sintonizado con el médico y su macabro show de sangre y enfermedad. La gente lo
mira con fruición masticando sus bocados sin quitarle ojo de encima. En
conjunto es una imagen surreal, pero resulta muy real hoy en día. No importa cuán
terrible sea la enfermedad, el asunto es saber, aprender, prevenir; colgarse de
las imágenes sangrientas y mirar, después de todo, no todos los días los médicos dan
consejo gratis.
Ese es el asunto. Tomás Borda y
todo el gremio médico no dan puntada sin hilo. Es claro que a más médicos en
pantalla, más enfermos están los peruanos. Quién lo dude eche una mirada a la
cantidad de clínicas privadas medianas y enormes que se han levantado a su
alrededor en los últimos años. ¿Cuál es
la relación? Hace mucho tiempo le oí decir a Miguel Angel Cornejo “Si a un niño
le dices todos los días que va a ser un campeón, ese niño terminará por ser un
campeón”. Suena a verdad. Si los
peruanos todos los días escuchan y ven gente quejarse de sus enfermedades,
terminarán por enfermarse ellos mismos. Sugestionados o no, terminamos por
replicar los síntomas que oímos de otros. Los médicos conocen y practican el
efecto “PLACEBO”, aquello de engañar al paciente con una falsa medicina que
gracias al engaño termina por curarlo. Es un asunto mental. Si la salud se puede
engañar, la enfermedad también se puede engañar creándola por sugestión.
De modo que si para “prevenir”
miramos programas como el de Tomás Borda, lo más probable es que terminemos por
contraer alguna de los terribles enfermedades que él exhibe durante el
almuerzo. Pensamientos como “a tal edad te puede dar un infarto”, “está dando
mucho cáncer”, “es bueno hacerse un chequeo”, “mídase el colesterol, los
triglicéridos, la circulación” y otras tantas tonterías que minan nuestras
resistencias y nos predisponen a la enfermedad debilitándonos, nos han
convertido en una sociedad físicamente enferma, en beneficio del bueno de Tomás
y sus colegas que levantan imperios con el miedo de la gente.
Sus antecesores, los doctores
Huerta, Rondón, Maestre, Rubio, Max Lazo, la doctora Gonzales, la sexóloga Romina y
otros, no han curado ni ayudado a curar a nadie. Lo saben perfectamente, pero
son parte del show. Llevan años prometiendo una salud que escamotean y
deterioran con denuedo. Junto a Tomás, se travisten de buenos a malvados con micro, como
el Doctor Yekill y Mister Hide. Y como
el personaje de Stevenson, el lado oscuro los está rebasando.
Es la gente, es la educación,
es el miedo a la enfermedad y a la muerte; más que estos doctores. Pero no
están exentos de culpa, ellos conocen el mecanismo de la mente y lo practican
sin rubor.
El mejor consejo es no mirar ni
oir los decires de estos falsos profetas que no traen túnicas blancas como
antiguo, pero traen mandiles blancos y micrófonos, sonríen como amigos y ponen
sus brazos sobre nuestros hombros para darnos confianza. Con sus palabras más que la salud viene la
enfermedad. La mejor cura es sentirnos siempre saludables, deporte, aire libre,
comida sana, y poca, muy poca televisión.
Pueblo Libre 9 de enero del
2014.
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