Juan Carlos Tafur preguntaba hace
unos días en su programa de radio quién había sido el hombre del año en nuestro
país. Para orientar un poco la elección, o proponer posibles candidaturas, narró
una encuesta de El Comercio, según la
cual el Hombre del Año era Natalia Málaga, la entrenadora del equipo de
voleibol peruano que había obtenido el cuarto lugar hacía poco en algún campeonato.
Señalaba Tafur, y yo coincido, que
no le parecía un gran logro. El Perú en otros años ha disputado primeros lugares,
no cuartoS. Durante los minutos que duró la encuesta, la audiencia no pudo
erigir un ganador claro, más bien no existieron muchos candidatos. La
conclusión es que a diferencia de otros años no hay hombre destacado en nuestro
país. Esto va a contrapelo de una situación económica que parece ser buena, al
menos en el discurso oficial y en los centros comerciales que han brotado por
doquier.
Un país que de pronto se ve en una
llamada bonanza económica, cierta o falsa; que no tiene líderes visibles, que
carece de derroteros, que no puede elegir entre 30 millones un hombre destacado;
es un país que se encuentra en un problema gordo. Nos faltan líderes e
idealistas. El año 2013 vio derrumbarse las figuras de los ex presidentes AlejandroToledo y Alan García sepultados por escándalos de corrupción. Además KeikoFujimori ha sido absorbida por la imagen del padre llorón, despeinado, ajado,
que esté ha querido crear en sus juicios. También la han afectado los hallazgos
de drogas en las empresas de su hermano y las donaciones recibidas por su
partido de cabecillas del tráfico de drogas. No obstante cualquiera de ellos
podría ganar la elección del 2016, lo que
no cambiaría nada, es el fango. El
triunfo electoral de ellos representaría una mayoría de votos, no una
superioridad moral, ni una propuesta diferente; tampoco la incorporación de reclamos
de grandes mayoría olvidadas.
Las elecciones de Toledo y
Humala, que exigían cambios de fondo, fueron burladas tan luego llegar estos al
poder. La elección de García fue una elección decidida por Lima, en la que el resto del país exigía y no obtuvo cambios
importantes. Esas traiciones visibles de los candidatos elegidos, a su oferta
electoral, y el soslayo de los medios de comunicación de los reclamos de las
mayorías, en aras de una “sensatez” que tiene color político e impone a una minoría
que nadie elige, son la primera piedra de la corrupción nacional. Estamos tan
mal que frente a este tipo de traiciones la gente calla, se resigna, se
conforma. Los medios de comunicación doran la píldora y justifican comprensivamente
la traición y la explican con “hojas de ruta” aparentemente mayoritarias, en un
ejercicio adivinatorio más propio de Josie Diez Canseco que de comunicadores
serios.
Hombres mejores que reemplacen a
los anteriores no se vislumbran en el horizonte. Nadie quiere vivir un ideal,
levantar una bandera, encabezar una transformación, enfrentar el obsoleto sistema
político de nuestro país. Sin ideales que defender ni levantar, cada cual está
en lo suyo, hablando de la bonanza, aburguesados por completo.
Podemos vivir así, pero nos hemos
convertido en una nación vulnerable. Un país carente de líderes e ideales, aplacado,
es fácilmente vapuleado por otro o aún por sí mismo. Los escenarios vividos en
años luctuosos de nuestra patria, están recreándose peligrosamente en un
momento en el que cosas grandes están por definirse. La efervescencia de la
bonanza económica puede terminarse de
pronto de forma inimaginable. La esperanza como otras veces, son los vastos
sectores de gente olvidada en las regiones y en el interior del país. Desde allí
quizás venga el hombre providencial que siembre las nuevas ideas y derroteros
que hoy nos faltan. Desde ese Perú que Humala prometió incorporar, García Pérez
insultó, Toledo ignoró y Fujimori expolió. Hoy por hoy en el Perú no existe un hombre del año y nos hemos
nivelado todos hacia abajo.
Pueblo Libre, 31 de diciembre del
2013
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