Hace ya una manga de años que
oíamos algunas noticias del rally Paris-Dakar. Por entonces era una competición
fundamentalmente europea que alcanzaba su clímax en las tierras de África, en
donde los conductores de los vehículos, imbuidos más del espíritu de algún
safari de traficantes de marfil, que del espíritu de Airton Sena, barrían con todo a su paso. Por todo entiéndase
personas o animales, que morían por decenas estos últimos cada año. De allí que el famoso rally produjera las protestas de
organizaciones ecologistas y sindicales de todo el mundo, que exigían terminar con jueguitos y
carreras, ya que al fin, la vida en África, debería ser respetada por encima de la
búsqueda de diversión de los niños ricos del planeta.
Accidente mortal del Dakar en Perú |
Ante las protestas, los
organizadores se mudaron con su cara dura y el negocio a otras tierras: las
nuestras. Donde han sido bienvenidos; más bien, muy bienvenidos. ¿Pero era para
tanto el mal que causaba esta competición en tierras africanas? Sí. En los años
previos al 2009, en que el rally macabro se mudó para Sudamérica, había dejado en África un rosario de 18 personas muertas en 30 años, buena parte de ellas
niños de nacionalidades maliense, guineana, senegalesa y otras. Los muertos no
participantes los ponía siempre África, nunca Europa a pesar de que el rally
también se corría en ese continente. Todos los fallecidos eran simples
espectadores o gente que como el primer niño muerto de la prueba, sólo jugaba
en la carretera. Esto sin contar a los 22
participantes de la prueba que también han muerto en el camino. En estos últimos
años la cuenta de fallecidos se ha incrementado un poco.
En sólo tres años de competición
en Sudamérica, los fallecidos no participantes de la carrera, han sido doce personas. En Argentina 3, en Chile 4 y en Perú 3 fallecidos
en dos años. Los últimos dos fallecidos en Perú, eran personas que hacían un
viaje en colectivo entre Perú y Arica, presumiblemente turistas. Con ellos se accidentaron 8 personas de nacionalidad extranjera.
Fueron embestidos por un vehículo de “apoyo” de la competencia. Resulta
paradójico el esfuerzo del gobierno peruano por atraer el turismo, al tiempo
que tiñe sus carreteras de sangre de desprevenidos turistas que nada tienen que
ver con la competencia.
Lo menos extraño de este Dakar, porque
ocurre a menudo en sus entrañas, es la
muerte. La gente muere y no pasa nada. Es como en el teatro: la función debe
continuar. La diferencia es que si en el teatro muere un actor en plena
representación, los compañeros se acongojan, se detiene la función y el público
comprende y hace suyo el duelo. En el Dakar los participantes mueren en carrera
y ésta pasa sobre los cadáveres como guión holibudense. Del fallecimiento del piloto francés Thomas
Bourgin sus compañeros sólo se han enterado por la prensa. El Dakar sigue
adelante como si de liberar la Francia ocupada por los nazis se tratara. No hay
minuto de silencio ni nada, es el salvajismo en su expresión suprema. Y la multitud con sus
fauces sangrantes aplaude impertérrita el espectáculo. De hecho, los
responsables del gobierno peruano se congratulan del beneficio económico de 59
millones de dólares que dejó la prueba y los 30,000 visitantes recibidos. De los muertos sólo han dicho "vamos a investigar". Tanto
en Chile como Perú, pero más en Chile, donde han enjuiciado a los responsables
gubernamentales, arqueólogos han denunciado la destrucción de importantes sitios arqueológicos producidos por la carrera.
Que el presidente de Perú,
Ollanta Humala estuviera en la partida de la prueba manifestando que su país
iba a ser puesto “en la palestra”; o que el presidente de Chile Piñera,
visitara el campamento del rally en su país, sólo indica la asociación de la
política con el espectáculo, el famoso pan o circo del que los calígulas
hablaban hace ya 2000 años. Son tiempos violentos y algo cínicos.
Pueblo Libre, 13 de enero del 2013
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