La teoría del centésimo mono dice
lo siguiente. Cuando una masa crítica de determinada especie alcanza alguna
conducta o conocimiento, éste se replica en toda la comunidad y aún más allá,
con mucha fuerza.
Hace algunos años, cuando las
unidades de transporte locales empezaron a colocar en sus vidrios sus avisos de
“asiento reservado”, los miré con bastante escepticismo. Y es que la conducta de
entonces aconsejaba no esperar ningún milagro. Pues ocurrió. Tímidamente al
principio, pero decididamente después, los limeños han aprendido modales.
Con el tiempo el mensaje ha ido a la conciencia del público |
Recuerdo cuando hace tres años
retorné a Trujillo luego de varios de no estar en esa ciudad, me llamó la
atención al usar el transporte público, no ver las calcomanías que indicaban
“Asiento Reservado”. Entonces pensé que eso era por la distancia, por el
atraso, porque al alejarse de lima uno
se aleja también del estado de derecho y las conductas civilizadas. Pero
¡Estaba en la segunda ciudad del Perú! No podía ser para tanto, tenía que haber
otra explicación. Apenas debí esperar unos minutos hasta que subió alguien al
vehículo y un joven, que iba sentado en un asiento intermedio, se puso en pie
cediendo el asiento a la nueva persona. Ese joven no estaba en el “asiento
reservado”, ni la persona a la que cedió su asiento parecía necesitarlo tanto.
Había obrado simplemente una máxima que dice “cede el asiento a tus mayores”,
que los trujillanos llevan grabadas en sus mentes y que yo, por los años
transcurridos había olvidado.
Ha pasado algún tiempo y lo veo,
con alguna diferencia en Lima. Al principio quizás había que exigir la cesión
del asiento reservado, y quizás hasta hoy halla situaciones de personas que se
hacen las desentendidas; pero lo común es que cualquier limeño que ocupa ese
asiento, lo ceda prestamente a las personas que los necesitan. Incluso cuando se
presenta la ocasión varias personas se ofrecen a ceder el suyo. Quizá muchos no
lo sabemos, ni siquiera lo imaginamos, pero ese sólo gesto de educación, esa
consideración, esa seguridad de encontrar un asiento aunque el vehículo vaya
abarrotado, es un alivio para miles de personas que hasta ayer apenas, estaban
condenadas a viajar de pie ante la indiferencia de los demás. Ese gesto tan
peculiar y simple lo agradecen no sólo las madres gestantes, los ancianos, los
minusválidos, las madres con bebés pequeños; también quienes sufren
enfermedades invisibles como una artritis, una artrosis o una presión alta. También lo agradecen los parientes de todos los anteriores.
Porque, y esto es lo mejor, ya no
son sólo los asientos reservados, ahora veo con cada vez más frecuencia,
personas que ceden otros asientos que no están en obligación de ceder. La ley,
como en Trujillo, ya casi no es necesaria, se ha ido al inconsciente colectivo
de las personas como una cortesía que hace crecer al que da el asiento y beneficia
al que lo recibe. Incluso he visto hombres que ceden el asiento a otros
hombres; cosa impensable hace algún tiempo.
Esta ciudad ha cambiado para bien en ese aspecto. Sus ciudadanos son
ahora mejores. Queda un camino largo, es cierto, pero hay una luz en el final
del túnel.
En
unas islas japonesas algunos monos empezaron a lavar patatas antes de ingerirlas.
Eran más agradables limpias que sucias. Otros monos aprendieron a lavar, pero
el avance fue lento. Un buen día llegaron al centésimo mono y la nueva
costumbre se extendió rápidamente saltando además hacia otras islas con las
cuales los primeros monos no tenían contacto físico ni habían estado nunca en ellas. El
conocimiento, al llegar a cierta masa crítica, se pudo comunicar de mente a
mente a pesar de la distancia.
Si
un cambio tan inesperado se ha operado en Lima en el tema del transporte, acaso
otros cambios positivos puedan operarse en el futuro, de mente a mente; cambios
de un poder transformador que hagan nuestra vida en esta complicada ciudad,
algo menos ríspido, más deseable. Quizás ese estado de solidaridad que se
evidenció cuando lo del terremoto de Ica y que ya hemos olvidado, se haga
permanente y nos preocupemos más por el otro, por el que no conocemos. El
centésimo ejemplar, aquél con el se alcanza la masa crítica que produce el
cambio, puede ser cualquiera de nosotros. Hagamos el cambio.
Pueblo Libre, 14 de octubre del
2011
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