Hace ya varios
años, cuando apenas empezaba mi vida laboral, presencié un curso de
Administración dictado por Enrique Valdez. Quien quiera que estuviera en el
mundo de la gran empresa lo conocía. Yo y los participantes del
curso no teníamos ni idea.
Lo
conocí en su casa unos días antes del inicio del curso. Entonces me dijo “Es la primera vez en mi vida que
preparo un currículum” “Nunca me ha faltado trabajo” “Jamás he tenido
vacaciones”. Me entregó una hoja mecanografiada con algunos datos y la copia de
un diploma de ESAN de los tiempos en que ésta no era universidad. Los estrictos requisitos gubernamentales lo obligaban a
presentar C.V. y título para el curso que se aprestaba a dictar en INICTEL, así que lo
hizo. El título universitario no era obstáculo, Enrique Valdez era de aquellos que no necesitan
cartones.
El
día de inicio de clases estuve temprano, sentado en la parte trasera del aula.
Yo era su coordinador. Entre el público menudeaban los gerentes, jefes,
secretarias de jefes e ingenieros A1 del MTC. Algunos estuvieron puntuales, los
más llegaron con un poco de tardanza. Don Enrique Valdez ingresó al aula a las
9 de la mañana en punto. Se quitó el saco quedando en chaleco al estilo Los
Intocables y empezó su clase. En verdad, aquél señor un poco anciano parecía un
cristiano entre los leones de la Roma imperial; se aprestaba a enfrentar a la
plana mayor de los ministerios de la dictadura: una pandilla de
envanecidos mandamases, expertos en hacer esperar en la antesala de sus despachos y negar
todo lo que se les pidiera. Estaban allí para cumplir una orden ministerial,
pero, ¿qué se les podía enseñar si lo sabían todo?
Enrique Valdez
empezó diciéndoles “Quiero confesarles lo que deseo: quiero hacer perro chino
con ustedes”. Perro chino, pensé, ¿Qué es eso?, ¿Alusiones al régimen? Don
Enrique empezó a pasear junto a la pizarra su mediana figura. ¿Cómo se hace
perro chino?, dijo, y continuó, “Se toma un perro de cualquier raza, recién
nacido; abres el hocico al animal, introduces una mano, la ingresas sin miedo
en el interior del perro deslizándola hasta que tomas la punta de la cola,
agarras fuerte, y le das un tirón sacando la cola por el hocico del animal
completamente. Y ya está, ya tienes perro chino”. “Eso quiero hacer con
ustedes”. Los funcionarios se miraron sorprendidos. El viejito era cosa seria: quería
cambiar completamente la forma de pensar de esos presumidos servidores
gubernamentales. Yo pensaba entonces, “Esto será una guerra y el Profe la lleva perdida”.
Luego
les dijo cómo eran: “Estoy seguro”, “Que cuando les han dicho
que tienen que ir a capacitación, muchos de ustedes han pensado: “Sábado en la
mañana, ya me fregaron”. Varios de los presentes sonrieron. Luego continuó diciendo, “Miren
señores, los hombres se dividen en dos clases: los chupes y los gerentes” “El
chupe viaja en el ómnibus prendido del pasamanos, roncando; el gerente puede
viajar en ómnibus, pero viaja despierto, atento a todo, dispuesto a atrapar la
oportunidad ¿Hay gerentes o chupes aquí? Silencio total, Enrique Valdez
empezaba a sorprender a sus victimarios.
Luego
habló de la deformación profesional. Escribió un cálculo en la pizarra
erróneamente y dijo “Si un ingeniero ve esto, inmediatamente me dirá “Profesor,
allí hay un error”. “Pero no es un error”. Y empezó a explicar el porqué. En
tanto pasaron los minutos y llegó un participante, tomó asiento, observó la
pizarra y levantando la mano dijo “Profesor, el cálculo tiene un error”. Sin
perder la calma Valdez le respondió “Usted es ingeniero, ¿verdad?”, “Sí señor”
respondió con evidente orgullo el interpelado, mientras sus compañeros soltaban
la risotada.
Don
Enrique Valdez enseñó mediante casos como administrar mejor las situaciones
cotidianas. Uno de esos casos trató de cómo lograr que un mecánico entregue una
llave que él había diseñado y la empresa necesitaba. Nada de “órdenes superiores”,
ni gritos o amenazas. Nada de empresario Picapiedras, dijo. Alabar su ingenio,
su habilidad, pedirle por favor que se hiciera una réplica, decirle “¿Nos ayuda, amigo?”.
Como ese otros casos enseñaron a los
participantes la ventaja de actuar no por impulsos sino por razones, meditando
mucho los pasos y las palabras cuando se presentaran casos difíciles.
Ese
sábado y los siete siguientes, Enrique Valdez enseñó a pensar como
administradores a su defectuoso auditorio; les quitó la arrogancia
convirtiéndolos en gente sencilla y amable. Los despojó de títulos y
privilegios y les cambió la vida convirtiéndolos en gente ávida de
conocimientos. Nadie nunca más llegó tarde y la atmósfera de clases fue de
compañerismo total entre esas personas ayer apenas cargadas de ego y distancias.
El último sábado de clases al que asistí, Enrique Valdez había terminado de
hacer “Perro Chino” con sus inicialmente renuentes pupilos. Su figura añosa de
hombre “desactualizado” había demostrado que la sabiduría es años, que
el sentido común y la sencillez enseñan más que la juventud y los diplomas. Los
mismos que habían lamentado la mala suerte de asistir a clases en sábado por la
mañana, solicitaron y lograron que el MTC comprara un segundo curso de
Administración con Enrique Valdez. Entendieron que levantarse temprano en el día
de descanso para aprender cosas nuevas, era una necesidad de sus espíritus.
Ignoro a
cuantos empresarios buenos hizo malos Enrique Valdez; cuantos, y si fueron
más, los empresarios malos a los que Valdez hizo buenos. Ignoro si fueron
muchos más los que llegaron en blanco y él convirtió en buenos empresarios,
éticos, útiles, hábiles, ganadores. No lo conozco para afirmar esto o lo otro.
Lo que si puedo afirmar es que don Enrique Valdez hizo de esos hombres y
mujeres que conocí, personas asiduas del esfuerzo. Gente que entendió que podía
dar más de lo se le pedía. Que cada uno traía un arsenal de recursos que usar
si los descubrían. Que los detalles hacen lo extraordinario. Que nunca algo es
mucho. Que el ego es mal consejero y que una sonrisa y un gesto amable
conquistan personas y abren puertas y espíritus. Esos hombres y mujeres
escaparon al hombre y mujer común que eran y al sino de arrogantes envanecidos que
les estaba señalado, porque un maestro cruzó sus caminos para hacerlos mejores. Y en estos tiempos de
verdad hacen falta maestros, gente comprometida con su misión. Gente que no
quiera hacer hora, sino que desee hacer trascender a otros.
San Isidro 27
de setiembre del 2012
FUI ALUMNO DE ENRIQUE VALDÉZ EN EL PEE DE RECURSOS HUMANOS DURANTE EL VERANO DEL 98 CUANDO ESAN TODAVÍA NO ERA UNIVERSIDAD, PERO YA TENIA LA FAMA DE FORMAR EJECUTIVOS PARA EL PAÍS Y EL MUNDO
ResponderEliminarAPRENDÍ MUCHO DEL DR. VALDÉZ, EN EL MANEJO DE PERSONAL, SOLUCIÓN DE CONFLICTOS, CÓMO NEGOCIAR Y MUCHAS EXPERIENCIAS QUE EL COMENTABA CON UN ORIGINAL SENTIDO DEL HUMOR, QUE AL PRINCIPIO NOS AFECTÓ A ALGUNOS, PERO QUE POCO A POCO FUE IDENTIFICANDO A UN VERDADERO MAESTRO....
EliminarAPRENDÍ MUCHO DEL DR. VALDÉZ, EN EL MANEJO DE PERSONAL, SOLUCIÓN DE CONFLICTOS, CÓMO NEGOCIAR Y MUCHAS EXPERIENCIAS QUE EL COMENTABA CON UN ORIGINAL SENTIDO DEL HUMOR, QUE AL PRINCIPIO NOS AFECTÓ A ALGUNOS, PERO QUE POCO A POCO FUE IDENTIFICANDO A UN VERDADERO MAESTRO....
EliminarGracias por sus comentarios que confirman que aquello que tuve la suerte de ver con mis ojos no fue una excepción de este gigante maestro, sino la norma, su performance habitual para como he dicho, hacer mejores a las personas. Necesitamos más gente como él-
ResponderEliminarFue mi profesor de Administración de Empresa y Recursos Humanos. Un gran maestro que hemos aprendido con sus ejemplos muy sencillos de resolver los problemas empresariales
ResponderEliminarUbaldo Lozano