jueves, 30 de mayo de 2013

Del Consenso de Lima al Consenso sin Lima




La distancia da perspectiva, permitiendo apreciar detalles que “desde dentro” jamás se observan. Esto no es aplicable sólo a los ámbitos físicos o geográficos. También es aplicable a lo moral o intelectual. Una persona puede estar inmersa en una trifulca y percibir perfectamente cuál es el límite de su reacción, son los menos; otra, los más, en esa trifulca responden como les manda el impulso, porque no tienen perspectiva, no ven ni saben que hacen  o dejan de hacer.


Steven Levitsky, politólogo norteamericano, tiene la perspectiva y la distancia que da la cultura y el no haber nacido entre nosotros. Ha escrito un artículo, El Consenso de Lima,  con la singularidad a la que nos tiene mal acostumbrados, para poner (otra vez) el dedo en la llaga y permitirnos pensar las cosas que las Aljovin, los Vargas, o las Balbin, tan ahítos de gastronomía, jamás nos dirán. Ni siquiera ya los Lauer, perdidos como Lucho Llosa en festival de cine independiente en el que brillare la inteligencia y no el oro.


Levitsky señala dos cosas importantes. Una, la reacción a lo talibán de un sector económico limeño, a la posible compra de REPSOL por el estado peruano, como una herejía al pensamiento “correcto”, y el acompañamiento de esa conducta por sectores de clase media y hasta popular. Levitsky señala un poco sin ganas un problema mayúsculo. La micro atmosfera limeña del “estamos bien, estamos creciendo, las reservas internacionales, las inversiones, las cifras macroeconómicas, las  exportaciones y un largo etc” repetido como el nuevo testamento en todos los estratos limeños, que a falta de libros tienen diarios de medio sol, y a falta de líderes al estilo Haya de la Torre, tienen Marco Tulios, Mulderes, Keikos y otros. En ese fango, la elección y discurso limeño es consecuencia, no alternativa ni solución.

República Independiente de Lima: ¿La Solución?

El otro tema importante señalado por Levitsky es que este consenso de Lima ha vaciado de contenido la democracia. “El Consenso de Lima no representa una mayoría del electorado peruano.¿Pero qué nos queda de la representación democrática?” Se pregunta. Y es claro. La elección del 2011 ganada por Humala es mayoritariamente provinciana. Se buscaba un cambio real. Y esto no lo abarca levitsky en su análisis. El triunfo electoral de Toledo en el 2001 y el triunfo de Humala en el 2011 son triunfos eminentemente provincianos. Incluso el segundo lugar de Humala en el 2006, a pocos votos de García, estuvo basado en los votos de millones de provincianos que pese a la campaña del miedo de la derecha limeña, deseaban el cambio. Esa es la magnitud de la estafa a la gente, por parte del “consenso de Lima”.


Yo tengo una conclusión para este problema. Lima no quiere cambios. Le encanta su delincuencia y su corrupción, a veces toma presos a unos u otros y luego los libera sin escándalo. Es industrial la cantidad de periodistas, opinólogos y hasta economistas que hicieron de felpudos de la dictadura y hoy están reinvindicados y repartiendo consejos como autoridad desde los medios limeños. Le encanta a Lima su poder económico, su huachafería y robar las elecciones que pierde. Y en esto no hay ricos y pobres, son todos hijos de la misma codicia, esperan su momento de ocupar el sillón del poder hasta los que jamás lo ocuparan y lo defienden aunque les pise el pie gangrenándolo. Les importa poco el Perú. Si pudieran montar una oficina de 10 metros cuadrados que les garantice extraer todos los recursos y manos que el Perú les da para obrar sus negocios, estarían felices. Machupicchu es el patio trasero que muestran como “sétima maravilla del mundo” a sus amigos extranjeros, pero es a la vez, la ciudad despreciable a la que por levantisca le dicen “Quédate con tu Machupicchu” y le quitan la sede de un congreso internacional. Y  nadie disiente. Nadie reclama. Todos miran al cielo y silban ante el abuso. Lo encuentran normal.


No hay solución. Los escritos de Gonzales Prada señalaban los males limeños hace cien años. Nada ha cambiado, por el contrario parecen haber empeorado. Para acabar con estos males surgió el APRA de Haya de la Torre; el AP de Belaunde, ambos en provincias. Lima los devoró completos con el paso del tiempo tras luchas intestinas. Los partidos políticos nacionales son clubes limeños de espaldas a las reivindicaciones provincianas. El que crea que Lima cambiará privilegios por valores y pensará en función de país y no en una comarca de privilegios, que expolia las riquezas de las otras regiones, está equivocado. Por ese camino no hay salida.


La salida, la solución al problema, surgirá el día en que las regiones se planteen firmemente, desde la derecha o la izquierda, desde la indignación ciudadana, terminar con los lazos que las atan a una ciudad que sólo ha aprendido que cada vez que una región, un pueblo del interior del país, protesta y se levanta; a enviar sus ejércitos con la orden terminante de acabar con los revoltosos a punta de balas, revoltosos a los que luego convierte en eso, en agitadores, comechados, sucios, comunistas, infiltrados de filiación foránea, todas cosas malas de gente que no ama la patria. Pues no nos entendemos y a muchos no nos interesa ya ningún entendimiento. Lima por su lado, el Perú por el suyo. Punto. La solución no es como cree Levitsky un Consenso Antilima, sino un Consenso sin Lima.


Pueblo Libre, 30 de mayo del 2013

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