domingo, 14 de octubre de 2012

El Centésimo Mono en Lima



La teoría del centésimo mono dice lo siguiente. Cuando una masa crítica de determinada especie alcanza alguna conducta o conocimiento, éste se replica en toda la comunidad y aún más allá, con mucha fuerza.

Hace algunos años, cuando las unidades de transporte locales empezaron a colocar en sus vidrios sus avisos de “asiento reservado”, los miré con bastante escepticismo. Y es que la conducta de entonces aconsejaba no esperar ningún milagro. Pues ocurrió. Tímidamente al principio, pero decididamente después, los limeños han aprendido modales. 

Con el tiempo el mensaje ha ido a la conciencia del público
Recuerdo cuando hace tres años retorné a Trujillo luego de varios de no estar en esa ciudad, me llamó la atención al usar el transporte público, no ver las calcomanías que indicaban “Asiento Reservado”. Entonces pensé que eso era por la distancia, por el atraso, porque al  alejarse de lima uno se aleja también del estado de derecho y las conductas civilizadas. Pero ¡Estaba en la segunda ciudad del Perú! No podía ser para tanto, tenía que haber otra explicación. Apenas debí esperar unos minutos hasta que subió alguien al vehículo y un joven, que iba sentado en un asiento intermedio, se puso en pie cediendo el asiento a la nueva persona. Ese joven no estaba en el “asiento reservado”, ni la persona a la que cedió su asiento parecía necesitarlo tanto. Había obrado simplemente una máxima que dice “cede el asiento a tus mayores”, que los trujillanos llevan grabadas en sus mentes y que yo, por los años transcurridos había olvidado.

Ha pasado algún tiempo y lo veo, con alguna diferencia en Lima. Al principio quizás había que exigir la cesión del asiento reservado, y quizás hasta hoy halla situaciones de personas que se hacen las desentendidas; pero lo común es que cualquier limeño que ocupa ese asiento, lo ceda prestamente a las personas que los necesitan. Incluso cuando se presenta la ocasión varias personas se ofrecen a ceder el suyo. Quizá muchos no lo sabemos, ni siquiera lo imaginamos, pero ese sólo gesto de educación, esa consideración, esa seguridad de encontrar un asiento aunque el vehículo vaya abarrotado, es un alivio para miles de personas que hasta ayer apenas, estaban condenadas a viajar de pie ante la indiferencia de los demás. Ese gesto tan peculiar y simple lo agradecen no sólo las madres gestantes, los ancianos, los minusválidos, las madres con bebés pequeños; también quienes sufren enfermedades invisibles como una artritis, una artrosis o una presión alta. También lo agradecen los parientes de todos los anteriores.

Porque, y esto es lo mejor, ya no son sólo los asientos reservados, ahora veo con cada vez más frecuencia, personas que ceden otros asientos que no están en obligación de ceder. La ley, como en Trujillo, ya casi no es necesaria, se ha ido al inconsciente colectivo de las personas como una cortesía que hace crecer al que da el asiento y beneficia al que lo recibe. Incluso he visto hombres que ceden el asiento a otros hombres; cosa impensable hace algún tiempo.  Esta ciudad ha cambiado para bien en ese aspecto. Sus ciudadanos son ahora mejores. Queda un camino largo, es cierto, pero hay una luz en el final del túnel.

                En unas islas japonesas algunos monos empezaron a lavar patatas antes de ingerirlas. Eran más agradables limpias que sucias. Otros monos aprendieron a lavar, pero el avance fue lento. Un buen día llegaron al centésimo mono y la nueva costumbre se extendió rápidamente saltando además hacia otras islas con las cuales los primeros monos no tenían contacto físico ni habían estado nunca en ellas. El conocimiento, al llegar a cierta masa crítica, se pudo comunicar de mente a mente a pesar de la distancia. 

                Si un cambio tan inesperado se ha operado en Lima en el tema del transporte, acaso otros cambios positivos puedan operarse en el futuro, de mente a mente; cambios de un poder transformador que hagan nuestra vida en esta complicada ciudad, algo menos ríspido, más deseable. Quizás ese estado de solidaridad que se evidenció cuando lo del terremoto de Ica y que ya hemos olvidado, se haga permanente y nos preocupemos más por el otro, por el que no conocemos. El centésimo ejemplar, aquél con el se alcanza la masa crítica que produce el cambio, puede ser cualquiera de nosotros. Hagamos el cambio.

Pueblo Libre, 14 de octubre del 2011


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