miércoles, 30 de mayo de 2012

El Mural de Hastings en Trujillo

               En Rayuela, Julio Cortázar dice acerca de La Maga, “para verte como yo quería, había que empezar por cerrar los ojos”. Algo de eso hay en el Mural de Hastings en Trujillo. Es inhabitual encontrar arte de primera en la calle. Eso hallé de improviso al pasar frente a la UNT. El mural tiene un kilómetro de largo por 3.6 metros de altura. Su fábrica tomó 18 largos años. Hastings concebía en Lima o Piura (donde se armó un taller) los cuadros que comprendían el mural, los remitía a los estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de Trujillo, quienes reproducían los bocetos sobre el cemento y luego se procedía a cubrir los trazos con los cerámicos. La dimensión de estos es de 1 cm cuadrado, lo cual da a las figuras un nivel de detalle impresionante. En un metro hay 10, 000 cerámicos, pegados uno a uno. Existen aproximadamente 36 millones en todo el mural. Yo, después de verlo, ya no quería que terminara el desfile cromático ante mis ojos.

             
                    Hay muchas historias generadas en torno a ésta obra a lo largo de sus 18 años de hechura. El autor se convirtió en abuelo, los jóvenes de Bellas Artes maduraron, la ciudad cambió. La historia dice que el mural corrió el riesgo de ser inacabado por agotamiento de recursos. También cuenta la historia cómo muchas veces los obreros y pintores tuvieron que deshacer lo avanzado porque no habían interpretado correctamente el mensaje del autor y de cómo los trabajadores hubieron de desarrollar toda la tecnología para sacar adelante la obra: cortado del cerámico, pintado con colores necesarios y que no existían en el mercado, fabricación de las cortadoras del cerámico. Todo desde cero.


                Pero esa historia del mural no opaca la historia que cuenta el mural. En él, los cangrejos son gigantescos, los hombres levitan asombrados y asombrosos; y los ángeles, al contrario de Bizancio, poseen sexo y son ángeles macho y ángeles hembra. Y está la historia del mundo con su Torre de Babel, pero también la nuestra, con los hombres blancos que llegaron en 1532 trayendo la espada y la cruz. Desfila nuestra flora y fauna, los campos de cultivos con sus campesinos, con sus arenales; las gaviotas, los volcanes que no tenemos, la megaciudad atacada por la naturaleza, las danzantes, el niño perdido que observa el horizonte y que puede representar al mismo observador del mural; la migración de las aves, los helicópteros al ataque, la vida, la muerte, la resurrección, lo etéreo y lo eterno. Todo está allí como una sinfonía visual que ingresa por nuestros ojos en una concepción poética, la de Hastings, que asombra y subyuga. Hastings es el que nos observa, es el otro, y a través de sus ojos nos miramos en el mural. A través de los ojos de la Maga, Cortázar descubría en él un ser que no conocía. A través de la mirada y pinturas de Hastings, nosotros, Trujillanos, pero humanos en general, y flora y fauna y mundo, podemos reconocer en nosotros a seres que desconocemos. Es entonces en que para entender a Hastings hay que empezar por cerrar los ojos. O tomar perspectiva. Porque como en el caso de las líneas de Nazca, de esos otros pintores del tiempo, el mural de Hastings no se aprecia desde cerca, hay que tomar distancia.


                Es una obra extraordinaria, épica, colosal. Todo lo que se pueda escribir será siempre insuficiente para narrar la belleza, lo descomunal, lo artístico, lo fabuloso y más, de este mural que nos concilia con las dimensiones que perdimos en la modernidad banalizada, hueca y frívola que se nos ofrece a diario. Hastings hizo esta obra, sus pinturas, sin cobrar un centavo. Porque el arte es universal y no puede negarse a los pueblos, hay artistas que lo dan todo. Eso tiene esta pintura, todo.


Pueblo Libre, 27 de mayo del 2012
       

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