De las muchas cosas que pueden
decirse de García Márquez, voy a quedarme con dos por ahora, en ésta soledad que de pronto nos asalta en jueves santo y de improviso. Una primera, su
enorme contribución a hacer de la lectura un hábito popular. Es García Márquez
quien con sus historias en las que los niños nacen con una cola de cerdo, y
existen jóvenes hermosas que se elevan hacia el cielo; es él, digo, quién lleva
a millones de latinoamericanos a descubrir la literatura como una actividad
medular. Esas primeras lecturas nos llevan después a otras del mismo Gabo; pero
también a otros autores: Cortázar, Borges, Fuentes, Rulfo. La prosa de García
Márquez es una delicia; el sentido del humor, una incitación a un placer
cotidiano; la descripción de los
pueblos, un paseo por la latinoamérica de los abuelos. En su obra además ocurre
una cosa como mágica, pasa como que la conquista jamás hubiera ocurrido y
siempre hubiéramos sido mestizos; no hay dolor, no hay traumas, no hay pesar. Y
eso nos libera, nos permite crecer y leer sin odiar.
El otro aspecto valioso del Gabo,
de los muchos que tiene, es sin dudas, el compromiso. García Márquez no sólo no
elude un compromiso sino que lo asume con delectación, con protagonismo, con
unción. La temática que falta en sus novelas sobra en su compromiso político.
Latinoamérica, una justicia social, los olvidados, los marginados, estarán por
siempre en su discurso y posición oficial. En la ceremonia de recibimiento del
Premio Nobel dice con esa maravillosa
voz caribe suya “¿Por qué pensar que la
justicia social que los europeos de avanzada intentan imponer en sus países no
puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en
condiciones diferentes?”
García Márquez no se queda a
vivir la paz chicha en Europa, fiel a sus raíces y consecuente con su lucha
retorna a América Latina y aquí continúa escribiendo y opinando. No busca una cátedra
norteamericana o europea, ni una vida de sabandija. El hace una cátedra vital,
honesta, principista. Y eso es lo que vamos a extrañar: su extraña serenidad
para decir cosas tremendas, para conmovernos con esa voz caribe, con ese humor
latino y ponerse el overall siempre, y cual coronel Aureliano Buendía en Cien años de Soledad, irse a
nueva guerra por nosotros, diciendo su motivación, una verdad que podría resumirse
en su frase “Frente a la opresión, el saqueo
y el abandono, nuestra respuesta es la vida.”
Pueblo Libre, 17 de abril del
2014
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