Hace algunos días
miraba en Facebook un grupo de feisbukeros arequipeños. Son cerca de 30,000
miembros. También hay grupos de lambayecanos, trujillanos, cusqueños. Son lo
que llamaré los grupos importantes, en cuanto a número de miembros del grupo y
número de habitantes de la ciudad que representan. Hay también grupos más
pequeños, que admirablemente y con romanticismo, tienen una vida, una
actividad, una forma de estar presentes y amar a sus lugares diciendo “aquí
estamos”. Son importantes como expresión humana, pero mínimos dentro del vasto
universo de Internet.
La Parada: símbolo de un desencuentro de siglos |
No encontré ni
un solo grupo de limeños. Ni una mención o tímido intento de agruparse en torno
de cualquier cosa, museo, lugar, afición monumento, idea, hecho. Nada en lo que
quien convoque sea la Lima ciudad. Hay grupos de hinchas de clubes de fútbol,
pero de eso prefiero no hablar, porque a ellos los convoca el fútbol o el odio
al otro, no la ciudad, su historia, sus gestas, sus monumentos o el destino
común.
En el grupo de
Arequipeños me llamó la atención positivamente un mensaje. Había sido enviado
poco después de las lluvias que inundaron la ciudad. En él se decía más o menos
así “ya habrá tiempo de encontrar a los culpables, por ahora es momento de
ayudar a la gente que ha sido perjudicada”. Me pareció sensato, lógico, de
sentido común. Nadie aprovechó para arrancarle los ojos al alcalde o al
presidente regional, ni para plantear la salida del cargo de esos funcionarios.
Había algo más importante: atender a los damnificados.
En 1983 se
presentó el fenómeno del niño en el norte del Perú. En Trujillo lo pasamos de
terror con temperaturas que llegaban a 36 grados a la sombra y aún por las
noches debíamos mantenernos fuera de las casas hasta la medianoche, esperando a
que la temperatura descienda en nuestras casas-horno. En los primeros días de
Abril la acequia Mochica se desbordó por las lluvias que caían en la sierra y
su caudal, como un río, atravesó la
ciudad y sus urbanizaciones y lugares. En cada calle o bocacalle que el agua
debió atravesar por kilómetros, encontró una población que codo con codo
coordinó sin distinción de clases. Se premunieron de costales de arena no sé de
donde, y levantaron barricadas que encauzaron el agua hasta llevarla a morir en
los entonces áridos pampones de tierra de un costado de la avenida Larco.
En ambos casos,
Arequipa y Trujillo, y seguramente en las demás ciudades nombradas, la
respuesta a los problemas es una solidaridad que busca el bien común y el
avance. Eso no existe en Lima y es un misterio. Independientemente del
resultado que tenga la revocatoria de autoridades, queda una ciudad
absolutamente fragmentada en donde el destino de uno no tiene que ver
absolutamente con el de nadie. Uno sospecha de aquél y éste de todos. Hay un
espíritu citadino enfermo que constituye un problema, pero los limeños jamás lo
entienden así. Acostumbrados como están a mirarse el ombligo, piensan que esa
situación de cosas es normal.
Es cierto que el
individualismo permea las grandes ciudades, pero también es cierto que estas
pueden avanzar metas concretas que identifican a sus ciudadanos deponiendo ese
individualismo. Metas como el orden, la lucha contra la delincuencia, mejor
educación, mejores servicios, respeto. Son metas que deberían ser comunes y no
lo son. La incapacidad para concordar los destinos de Lima se ha expresado en
estos das de revocatoria. Ha menudeado el insulto, la mentira, el golpe bajo; y
la ciudad ha estado ausente en ese debate. Pudo ser un excelente momento para
plantearse metas y aportar soluciones, desde el respeto al contrario; pero se
privilegiaron las artes de Carita y Tirifilo: la chaveta y el escupitajo.
Es como si en
esta ciudad de los Reyes, más de 500 años después, una maldición, o una
consecuencia de los hechos históricos, recayerá sobre sus más de ocho millones
de habiantes. Como si almagristas y pizarristas
continuaran persiguiéndose por las calles para hundirse las espadas en los
cuellos.
Ajuste de cuentas entre conquistadores: nuestro legado |
Pueblo Libre, 14 de marzo del
2013
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