Esto es un blog, por
tanto es un registro personal que escribe alguien. Por ello he evitado incluir
texto de otras personas. Nada de "Copy and paste" hasta hoy. Hace
algunos años tuve la fortuna de presenciar un curso dictado por el maestro de
empresarios Enrique Valdez. Fue inolvidable. Ese hombre ya mayor, se metió al
bolsillo a unos alumnos de lo más remolones y empinados, que terminaron
vivándolo. De todos los casos que desarrolló en clases el que recuerdo siempre
es el de "Entregar la Carta a García". Ciertos hechos me lo han
recordado. Por eso hoy quiero compartir ese documento, porque conmueve y
emociona, porque nos reta y nos pone a pensar en qué estamos haciendo y quienes
somos de verdad.
Una Carta a García
Hubo un hombre cuya
actuación en la guerra de Cuba, culmina como un astro en su perihelio.
Sucedió que cuando
hubo estallado la guerra entre España y los Estados Unidos, palpóse clara la
necesidad de un entendimiento inmediato entre el Presidente de la Unión
Americana y el General Calixto García. Pero, ¿cómo hacerlo? Hallábase García en
esos momentos Dios sabe dónde en alguna serranía perdida en el interior de la
Isla. Y era precisa su colaboración. Pero, ¿cómo hacer llegar a sus manos un
despacho? ¿Qué hacer?
Alguien dice al
Presidente: "Conozco a un hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el
mundo es capaz de dar con García es él: Rowan".
Cómo el sujeto que
lleva por nombre Rowan toma la carta, guárdala en una bolsa que cierra contra
su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en
la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo
de la Isla, cruzando un territorio hostil, y entrega la carta a García, son
cosas de las cuales no tengo especial interés narrar aquí. El punto sobre el
cual quiero llamar la atención es éste:
"McKinley da a
Rowan una carta para que la lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta:
¿en dónde podré encontrarlo?".
El Mensaje a Garcia se ha impreso por millones |
¡Por Dios vivo!, que
aquí hay un hombre cuya estatua debería ser vaciada en bronces eternos y
colocada en cada uno de los colegios del universo. Porque lo que debe enseñarse
a los jóvenes no es esto o lo de más allá; sino vigorizar, templar su ser
íntegro para el deber, enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus
energías, a hacer las cosas, "a llevar la carta a García".
El General García ya
no existe. Pero hay muchos Garcías en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido
todo hombre de empresa, que necesita de la colaboración de muchos, que no se
haya quedado alguna vez estupefacto ante la imbecilidad del común de los
hombres, ante su abulia, ante su falta de energía para llevar a término la
ejecución de un acto.
Descuido culpable,
trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parecen ser la regla general. Y
sin embargo no se puede tener éxito, si no se logra por uno u otro medio la
colaboración completa de los subalternos, a menos que Dios en su bondad, obre
un milagro y envie un ángel iluminador como ayudante.
El lector puede poner
a prueba mis palabras: llame a uno de los muchos empleados que trabajan a sus
órdenes y dígale: "Consulte usted la Enciclopedia y hágame el favor de
sacar un extracto de la vida de Corregio". ¿Cree usted que su ayudante le
dirá: "sí señor", y ponga manos a la obra?
Pues no lo crea. Le
lanzará una mirada vaga y le hará una o varias de las siguientes preguntas:
- ¿Quién era él?
- ¿En qué Enciclopedia busco eso?
- ¿Está usted seguro de que esto está entre mis deberes?
- ¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?
- ¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?
- ¿Necesita usted de ello con urgencia?
- ¿Quiere que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita?
- Diga: ¿para qué quiere saber eso?
Y apuesto diez contra
uno a que después de que usted haya respondido íntegramente el anterior
cuestionario y haya explicado el modo de verificar la información y para qué la
necesita usted, el prodigioso ayudante se retirará y buscará otro empleado para
que le ayude a buscar a "GARCÍA" y regresará luego a informarle que
tal hombre no existió en el mundo.
Puede suceder que yo
pierda mi apuesta, pero si la ley de los promedios es cierta, no la perderé. Y
si usted es un hombre cuerdo no se tomará el trabajo de explicarle a su
ayudante que Corregio se busca en la C y no en la K; se sonreirá usted y
suavemente le dirá: "dejemos eso". Y buscará usted personalmente lo
que necesita averiguar.
Y esta incapacidad
para la acción independiente, esta estupidez moral, esta atrofia de la
voluntad, esta mala gana para remover por sí mismo los obstáculos, es lo que
retarda el bienestar colectivo de la sociedad. Y si los hombres no obran en su
provecho personal, ¿qué harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea para
todos?
Se palpa la necesidad
de un capataz armado de garrote. El temor de ser despedidos el sábado por la
tarde es lo único que retiene a muchos trabajadores en su puesto. Ponga un
aviso solicitando un secretario, y de cada diez aspirantes, nueve no saben ni
ortografía ni puntuación.
¿Podrían tales gentes
llevar la carta a García?
En cierta ocasión me
decía el jefe de una gran fábrica: "Ve usted a ese contador que está
allí?"
"Lo veo, ¿y
qué?"
"Es un gran
contabilista; pero si lo envio a la parte alta de la ciudad con cualquier
objeto, puede que desempeñe la misión correctamente; pero puede ser también que
en su viaje se detenga en cuatro cantinas y al llegar a la calle principal de
la ciudad haya olvidado absolutamente a qué iba". ¿Podría confiársele a un
tío semejante la carta para García?
En los últimos tiempos
es frecuente oir hablar con gran simpatía del pobre trabajador víctima de la
explotación industrial, del hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes
busca inútilmente emplearse. Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los
que están arriba, y nada se dice del jefe de industria que envejece
prematuramente luchando en vano por enseñar a ejecutar a otros un trabajo que
ni quieren aprender ni les importa; ni de su larga y paciente lucha con
colaboradores que no colaboran y que sólo esperan verlo volver la espalda para
malgastar el tiempo. En todo almacén, en toda fábrica, hay una continua
renovación de empleados. El jefe despide a cada instante a individuos incapaces
de impulsar su industria y llama a otros a ocupar sus puestos. Y esta
escogencia no cesa en tiempo alguno ni en los buenos ni en los malos. Con la
sola diferencia de que cuando hay escasez de trabajo la selección se hace
mejor; pero en todo tiempo y siempre el incapaz es despedido; "la ley de
la supervivencia de los mejores se impone". Por interés propio todo
patrono conserva a su servicio a los más hábiles: aquellos capaces de llevar la
carta a García.
Conozco a un hombre de
facultades verdaderamente brillantes, pero inhábil para manejar sus propios
negocios y absolutamente inútil para gestionar los ajenos, porque lleva siempre
consigo la insana sospecha de que sus superiores lo oprimen o tratan de
oprimirlo. Ni sabe dar órdenes ni sabe recibirlas. Si se enviara con él la
carta a García, contestaría muy probablemente: "llévela usted". Hoy
este hombre vaga por las calles en busca de oficio, mientras el viento silba al
pasar entre las hilachas de su vestido. Nadie que lo conozca se atreve a
emplearlo por ser él un sembrador de discordias. No le entra la razón y sólo
sería sensible al taconazo de una bota número 45 de doble suela.
Comprendo que un
hombre tan deformado moralmente merece tanta compasión como si lo fuera
físicamente; pero al compadecerlo recordemos también a aquellos que luchan por
sacar triunfante una empresa, sin que sus horas de trabajo estén limitadas por
el pito de la fábrica, y cuyo cabello se torna prematuramente blanco en la
lucha tenaz por conservar sus puestos a individuos de indiferencia glacial,
imbéciles e ingratos que le deben a él el pan que se comen y el hogar que los
abriga.
¿Habré exagerado
demasiado? Puede ser; pero cuando todo el mundo habla de los trabajadores, así,
sin distinción ninguna; quiero tener una frase de simpatía para el hombre que
logra éxito; para aquél que luchando contra todos los obstáculos, dirige los
esfuerzos de los otros, y cuando ha triunfado, sólo obtiene por recompensa --si
acaso-- pan y abrigo. Yo también he trabajado a jornal y me he hecho la comida
con mis propias manos; he sido patrono y puedo juzgar por experiencia propia y
sé que hay mucho que decir de parte y parte. La pobreza no da excelencia por sí
sola; los harapos no son recomendación; no todos los patronos son duros y
rapaces, ni todos los pobres son virtuosos.
Mi corazón está con
aquellos obreros que trabajan lo mismo cuando el capataz está presente que
cuando está ausente. Y el hombre que se hace cargo de una carta para García y
la lleva tranquilamente sin hacer preguntas idiotas, y sin la intención
perversa de arrojarla en la primera alcantarilla que se encuentra al paso, y
sin otro objetivo que llevarla a su destino; a este hombre jamás se le
despedirá de su trabajo, ni tendrá jamás que entrar en huelga para obtener un
aumento de salario. La civilización es una lucha prolongada en busca de tales
individuos. Todo lo que un hombre de esta clase pida, lo tendrá; lo necesitan
en todas partes; en las ciudades, en los pueblos, en las aldeas, en las
oficinas; en las fábricas; en los almacenes. El mundo los pide a gritos, el
mundo está esperando siempre ansioso el advenimiento de hombres capaces de
llevar la carta a García.
El mundo confiere su
mejores premios tanto en honores como en dinero, a una sola cosa: a la
iniciativa
General Calixto Garcia (de bigote) destinatario de la carta |
Pueblo Libre, 11 de agosto del 2012
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