jueves, 18 de noviembre de 2010

Amanda. O la historia de cómo perder el gusto por al Baile y los Coliseos Romanos


Es 15 de diciembre, reunión familiar y amical en la casa de mi abuelo materno. Motivo, cumpleaños de Amanda, mi tía. Hay niños como yo, pero también hay grandes y muchos desconocidos. Tengo 5 años y es la primera vez que veo tanta gente reunida. Estamos en la sala, los mayores están sentados circundando el ambiente. He venido hasta una silla a saludar a mi abuelo. Tiene la frente amplia, el cabello lacio y castaño, me dice cosas, yo respondo que sí a todo, de pronto él sonríe, una gran idea ha venido a su cabeza, me dice, “saca a bailar a tu tía Amanda”. No entiendo, no sé que cosa es eso de sacar a bailar a nadie. Yo vine al cumpleaños, la torta, los caramelos, los juegos. 

torta de cumpleaños
Lo que yo quería
  Miro al abuelo con una mirada que significa, evítame problemas, pero el abuelo se muestra inflexible, abusa de mi nobleza y repite, saca a bailar a tu tía Amanda. Me toma de los hombros, me gira 180 grados y me lanza en dirección de Amanda. Ella es mayor y más alta que yo por ahora, tiene muchos años, siete que cumple en este día. Es de piel oscurita, cabellos ensortijados, es bonita de rostro, una niña, pero parece que supiera todas las cosas del mundo, en eso mas que niña es una diabla. La pista de baile esta desierta. La atravieso, avanzo hacia Amanda en un esfuerzo insoportable, llego hasta su silla y me la quedo mirando, sus pestañas rizadas, sus ojos grandes, sus cabellos negros. La miro. Ella me mira con una sonrisa que no se si es burla o lástima o alegría. No hago más y ella tampoco, siento que todos me miran. Retrocedo unos pasos, doy media vuelta y regreso hasta el abuelo
- Ya está abuelo. Se lo digo en un susurro, casi como pidiéndole que me evite la vergüenza
- Sácala - me dice- tómala de la mano, llévala al centro de la sala, y baila con ella.
         No bastaría con hacerle adioses desde aquí?. Con lo bonito que seria seguir conversando abuelo, platicar entre hombres de las cosas de la vida, que tu me enseñes y yo a ti, ser tu pupilo, pero el abuelo ya habló con energía y la gente me espera como en un circo romano. Entonces doy media vuelta, miro a Amanda-Dalila que me observa con su vestido de bobos y sus pulseras en los brazos, me digo, "es sólo una mujer, qué puede pasar", e ingreso nuevamente cual imberbe Sansón a las arenas. Cruzo esta sala-coliseo romano, llego hasta ella, tomo su mano y le doy un jalón con algo de temor, “vente conmigo”, le digo. Ella se viene conmigo hasta el medio de la sala, entonces la suelto y le digo, yo no sé bailar, así que has tu parte, yo te miro. Ella levanta los brazos, los flexiona como si fuera a pelear box contra mí, pero sin puños, y caza mis manos en dos por tres, no me dice nada, empieza a moverse, luego siento que me dobla en dos, después en cuatro, y me lleva dentro de sí, bailando, me empieza a zarandear, me hace girar sin soltar mis manos, avanzamos, retrocedemos, media vuelta para acá, media vuelta para allá, luego a girar nuevamente. Observo por el rabillo del ojo y veo que los romanos se han puesto de pie, dan de gritos, deben estar pidiendo mi cabeza, que me arrojen a los leones, están dando palmadas, y gritan cada vez más fuerte, yo creo que ya nada me salva, estoy aterrado, Amanda me hace girar más y más, las luces empiezan a dar vueltas, despacio, luego más rápido, toda la casa se da vueltas y ya ni distingo los rasgos de Amanda ni de nadie, no veo a mi mamá para que me rescate, empiezo a nublarme, y Amanda da cada vez más vueltas, no se da cuenta que mis piernas ya no me sostienen, hasta que no puedo más y me desvanezco, caigo al piso y arrastro a Amanda. El abuelo se para, levanta a su niña, la ausculta, y a mi nada. Viene mi mama.
- Estas bien?
- Donde estabas?
- Por ahí. Estas bien?
- Ya me comieron los leones?
- Que leones?
- No es el circo romano?
- De que hablas?

Muñeco de soldado romano
Lo que me dieron.
           Nadie me bajó el pulgar aquella noche. En mi defensa no volví a bailar y me interné en el territorio de los dulces, la torta y los juegos. Con los años Amanda aprendió a bailar unos bailes flamencos que bailaba sin inocencia y tan sensual como la figurita de abajo.  Yo anduve distanciado con la danza en todas sus formas y tomé terror a las salas-coliseo. El abuelo siguió presidiendo las reuniones familiares pero ya no emparejó bailarines. Así fue el cumpleaños 7 de mi tia. Esos fueron los mejores tiempos de nuestra niñez. 

Bailarina de flamenco
Mi tía (Bueno, más o menos se parece).
 Pueblo Libre, 15 de noviembre del 2010

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