Hace ya muchos años que no
asistía a la feria del libro de Lima. Para ser sincero, los eventos limeños de
este tipo siempre me han parecido muy abundantes en pedantería y escasos de lo
que sea que quieran mostrar. Sea teatro, cine, deporte, lo que sea; será siempre
mayor la pedantería que el teatro, el cine, el deporte o lo que sea. Aquel último
año accedí a una de las conferencias y
me encontré un grupo de tres o cuatro mozalbetes que hacían de presentadores
del libro de uno de ellos y aprovechaban para anunciar que su siguiente libro
(de cada uno) se publicaría en tal o cual mes del siguiente año. La industria
librera peruana, pensé, debe andar de lo más bien, para publicar a unos
mozalbetes a los que nadie conoce; o, los mencionados llevan más ego del que en
el cuerpo les cabe.
Panel presentando El Cuento Peruano 2000 - 2010 |
Tuve suerte. Llegué minutos antes
de que empezara la presentación, ocupé un asiento junto a otro que permanecía
vacio y sobre el cual yacía el programa de la feria en un cuadernillo a todo
color, bastante frondoso y detallista, al que miré con sospecha. Poco a poco la sala se fue llenando. Toda la
gente típicamente de aspecto universitario y bohemio, escritores y poetas
malditos la mayoría, enamorados que se juraban amor eterno con algún poemario
flamante en la mano, alguna señora clonada de otra de abundante cabellera y
talento discutible, se notaba, para las letras, pero amante virtuosa de las
mismas, y en fin, mucha gente que parecía vivir en la feria, conocer a todos
los escritores de quince años en adelante y todas las facultades de literatura
del país. Me sentía en mi salsa, más bien, en cicuta. En fin, me lo había
buscado.
Grandes editoriales dominan la feria |
En el panel 4 escritores y una
reina de belleza que se ocupaba de las relaciones públicas de Petroperú,
iniciaron la presentación. Ya se sabe, flores por aquí, guirnaldas y bombos por
allá. El homenajeado era Ricardo Gonzales Vigil. Yo no sabía que él era el
HOMENAJEADO, pero por los discursos, eso quedó claro, franela y felpudo
abundante. Y él se dejaba querer. Pero bueno, lo importante vino después,
cuando este buen señor, crítico literario de los buenos, jurado de concursos
infaltable, anunció que para la compilación de los cuentos, había decidido
considerar a “escritores publicados”. Entonces recordé a César Vallejo yendo a
la Industria a ofrecer sus poemas y escuchando que le dicen “Amigo Vallejo,
usted es inteligente, dedíquese a otra cosa.”. Sin ir más lejos, Julio Cortázar
inició sus publicaciones a los 44 años, o José Saramago que lo hizo pasados los
50, después que le negaran la publicación de una novela y casi abandonara la
escritura. Es decir que para Gonzales Vigil, si no has publicado eres
impublicable. Tal vez por eso su nombre se luce en la tapa de la antología del
cuento. Pero es de una cerrazón mental increíble aquello de no publicar a los
inéditos. Y bueno, él era el dueño del circo y había que aceptar su criterio.
Terminó el evento entre aplausos y anunciaron la venta de 80 ejemplares de la
antología esa misma noche. Habíamos más de 200 personas, así que comprar
dependía de muchos factores: recibir el ticket que estaban entregando, tener el
dinero, hallar el puesto de Petroperú que sabe Dios donde estaría, formar la
cola, y llegar entre los primeros 80. A juzgar por la que se armó, todos
querían comprar.
Esperé sigilosamente en mi
asiento a que viniera aquél jovencito A que entregaba los tickets, mientras la
gente se arremolinaba en torno a otro jovenzuelo repartidor B, que indignado por
la turbamulta decidía que no repartiría más, con lo que se armó el tole tole.
Tomé en mis manos el ticket que me alcanzó A y aquel cuadernillo de feria que había despreciado
antes y abandoné la sala. Ya afuera, busqué prontamente en el cuadernillo la
ubicación del puesto de Petroperú, y luego me orienté veloz hacia él. Estaba en
cola y llegué en el puesto 76. Compré la antología y debo decir que es muy
buena, mejor que el antologista, de hecho.
Mientras hacía mi cola, vi pasar
la espalda de una jovencita rubia, bajita, delgada, de botas negras y jean,
escoltada por unos guardaespaldas que simulaban cuidarla de unos fans
desesperados por tocarla. Unos metros más atrás, abriéndose paso a empellones
contra nuestra cola, que nada le hacía; venía un tipo alto, de saco negro y cabello más negro aún. Sus guardaespaldas empujaron sin miramientos y el pasó tieso como una momia,
seguro de que todos querían tocarlo. Era Jaime Bayly que había acudido a la
presentación del libro de Silvia Núñez del Arco, la jovencita que había pasado
primero como si fuera una estrella de rock.
Pues bien, la feria del libro me
dejó un par de libros y la sensación de que nada ha cambiado. Todo es
divertimento y fanfarria: podríamos prescindir sin pena de esta feria. Lo que
falta es una Feria de Escritores. Una en donde estando, la estrella no sean los
libros; donde se venda café y cigarros, pero no marcas. Donde la organización y
los paneles no estén en manos de las editoriales sino de los colectivos, de los
grupos de estudio, de universidades o facultades. Una feria en donde en verdad
la gente vaya para encontrarse con sus autores y no porque quiere que la
vean. Donde no hayan guardaespaldas y
puedas conversar sin empellones. Una feria utópica hoy, pero posible y necesaria.
Pueblo Libre, 25 de agosto del
2013
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