Por razones profesionales y de estudios a menudo me encuentro con ingenieros con los que hemos estudiado (o hemos coincidido) juntos en la universidad. Algunos de ellos por misteriosa razón la pegan de desmemoriados o peor aún, de ciegos que nada ven. Nunca me ha picado la curiosidad tanto como para preguntarles a que se deben sus cegueras repentinas, el vacío en sus memorias, la clamorosa evidencia de un pasado que los incomoda, o un presente en el que uno es un exceso. Sólo una vez me permití contradecir ese destino, y plantándome frente al amigo de mil batallas que ya ensayaba una retirada creyendo que no lo había visto, le dije, Hola. Así, con letras muy grandes y muy fuerte como para que no tratara más de eludir sus propias vergüenzas o las mías. No nos habíamos visto por 10 años y me pareció que si no hablaba no nos veríamos por 10 años más. Desde entonces he compartido con él tertulias muy amenas, algunas discusiones llenas de argumentaciones que ya no recuerdo y me sorprende como hemos construido una amistad nueva en base a hechos nuevos y no a rememorar el pasado.
Pero lo que me sorprende más, son aquellos amigos que al encontrarse con uno, te estrechan la mano con la suya amaestrada y bastante profesional, y ensayan una sonrisa muy congelada, como pintada con las crayolas de la infancia, y hasta se yerguen un poco cuando por todo comentario le preguntan a uno, ¿Oe, y en qué estas?...Nunca he sabido responder esa pregunta, es más, ni siquiera la comprendo muy bien. ¿Es que se puede estar en algo? ¿En qué, en auto, en verano, en inglés? Cuando era pequeño y acompañaba a mi padre por las calles, a menudo él se encontraba con amigos, eran legión, que le daban un abrazo y preguntaban, ¿Hermano, como estas, que tal por la casa, todos bien? ¿Cómo está tu señora? Y mi padre les respondía de la misma forma, menudeaba una sonrisa sana, compromisos que se pactaban, visitas futuras, otro abrazo de despedida y muchos apretones de mano. Además me golpeaban la frente o la cabeza como caricia, y preguntaban ¿Tu hijo? Ah, ¿Cuantos tienes?...Luego nos despedíamos mientras yo intentaba darles una patada cariñosa de Adios y todos a seguir caminando. Por eso me desconciertan estos amigos que me encuentro en la calle, o en algún recinto, o patio, o casa, y me disparan rápidamente, ritualmente, como quien no quiere la cosa, ¿Oe, y en que estas?
A veces pienso que el ¿Oe, y en qué estás? de los ingenieros es como el “Habla, vas” de los cobradores de combi. Todo muy rápido y preciso, muy pragmático y efectivo, ni una palabra más, ni una menos. Vas o no vas, listo, chau. Qué familia ni ocho cuartos, estas o no, fin.
Pero el ¿Oe, y en que estas? de los ingenieros (que sospecho no es sólo nuestro), tiene su más y su menos. Lo he conversado con otros amigos ingenieros y la escena se replica por todo el país en donde dos ingenieros se encuentran. Parece haber tres opciones, las únicas posibles. Junto con el apretón de manos viene una sincera curiosidad, en qué estas. Si estas en algo tu interlocutor te soporta un rato, ensaya una broma, te dice que debemos reunirnos y luego chau. Si estás bien, y estar bien para tu interlocutor es algo muy variado; trabajar en una transnacional, tener una empresa propia (lo cual no es garantía de nada), estar metido en el aparato del estado o en política, trabajar en una empresa TOP 500; repito, si estás bien, tu interlocutor esboza una gran sonrisa, rememora hechos que tú no recuerdas y él vivió junto a ti, y te da palmaditas en la espalda. Es más, puede sugerirte tomar unos tragos. Luego te pedirá teléfono, e-mail, Blackberry, Facebook, y la tarjeta personal. En cambio si no puedes impresionar a tu interlocutor, después de la preguntita de marras, recordará eventos repentinos, compromisos importantes, reuniones de última hora, te dará un último apretón de manos muy fuerte como para que no sospeches nada, y de allí en más, como Pedro a Jesucristo, negará haberte conocido y no tres veces, sino todas las necesarias.
Por eso no comprendo la preguntita. Extraño la época en que a mi padre lo saludaban con un abrazo y le preguntaban ¿Cómo estas? La época en que en el colegio nos saludábamos todos los días, con el cansancio de la repetición, pero sin el cálculo ni la urgencia de estos días y sí con el cariño sincero de los años de la ingenuidad y no importaba de donde veníamos ni a donde íbamos. Esta velocidad a la que vivimos nos resta trato. Esta necesidad de ascenso y éxito nos hace monotemáticos ¿En qué estas? ¿Me Sirves? “Aceptar” ¿No me sirves? “Cancelar”. Y tú lector ¿En que estás?
Pueblo Libre, enero del 2011
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