Patricia Melgarejo y Phillips Butters han contado que se han vuelto buenos. En su programa de radio Capital de las mañanas, han expresado la semana que pasó, que cuando van montados en sus autos están cediendo el paso a todos los que se cruzan en su camino. Es mi forma de contribuir, afirma Patricia, que además ha contado que el cambio empieza por uno. Me levantan el pulgar, o sonrien, fundamentalmente lo señores de la tercera edad, dice, graficando su alegría por su decisión. Phillips en cambio, ha relatado que la gente se sorprende ante su gesto, que muchas veces se gana los gritos y los insultos de los conductores que vienen atrás de él. Ambos parecen decididos a persistir en su decisión.
La señora Margarita no maneja auto ni anda practicando el buenismo. Vende tamales para el desayuno de las mañanas de fin de semana. Estoy esperando a que me atienda y escuchando sus alegatos vendedores cuando de pronto he oido un grito. La verdad, oigo gritos con bastante frecuencia. Esta zona es comercial y los camiones de reparto traen productos, humo y gritos por montones. Pero esta vez no, el grito ha sido de dolor. Margarita levanta la vista, mira hacia el frente y se pone de pie diciendo ¡Es la epilepsia!. Ni entiendo una jota pero la veo cruzar la pista y me quedo unos minutos observando la escena: unas piernas sobresalen tras de un caseta de periódicos, extendidas en el piso. Margarita llega, luego no la veo más porque la cubre el cubo del kiosko de los diarios. Cuando retorna me dice que es un señor que sufre de epilepsia, que ella lo conoce de vista, le ha puesto un trapo entre los dientes y ha evitado que golpee su cabeza contra el cemento. Algunas personas, dos o tres, le han ayudado a ayudar. Ahora el hombre esta inconsciente pero se esta recuperando y ha llegado el serenazgo.
Al frente de un timón nos sentimos más importantes que todos los de a pie. Olvidamos que a la vuelta de la esquina nos puede estar esperando un ataque al corazón, uno de epilepsia, o simplemente un resbalón, o un desmayo por una nada. Quizás el descubrimiento de Patricia y Phillips de ceder el paso, se replique, si ellos se empeñan. La gente puede cambiar.
El extraño al que ellos han decidido ceder el paso ha sido la señora que atiende al epiléptico sin dudarlo. El incognito al que permitimos pasar sin meterle el carro por delante, puede ser el que salve nuestras vidas en otras circunstancias. El peatón al que miramos con la distancia que nos separa de un africano, si lo respetamos en los cruces de las calles y sobre las pistas, es una persona que se valora más al sentirse respetada y está más dispuesta a hacer otro tanto en bien de otros, incluidos los apurados y atropelladores conductores que olvidamos que no tenemos la vida comprada .
Pueblo Libre, 12 de marzo del 2012
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