viernes, 5 de febrero de 2016

Perú: de la Balsa de Piedra al Continente del Desarrollo

Imagino al Perú como una isla que navega en el mar, a la manera de esa balsa de piedra que Saramago retrata en la novela del mismo nombre. El capitán puede ser Han Solo o un pirata con pata de palo. Somos una isla que navega esperando encallar en un continente que le permite hacer suya una vida mejor. Pero como en algunas películas dramáticas, después de navegar a la deriva, en lugar de ver el continente salvador, nos atrapa una tormenta, el mar se llena de tiburones, y los rayos empiezan a estallar, somos piñas.

Continente del Desarrollo


A medida que en lugar de virtudes acumulamos vicios, nos alejamos del continente del desarrollo. Ese continente no contiene únicamente el desarrollo económico, el dinero como cancha que debería significar una población con mejor sueldo, mejores servicios de salud y una educación de calidad. También una ciudadanía participativa, ciudades ecológicas, autosostenibles, centros de cultura, con lugares de esparcimiento sano, educación estatal de gran nivel. Los años verdes. Si pues, soy idealista, dirán algunos. Es que esa es la valla que debemos ponernos aunque parezca imposible. Porque lo que sentimos con las elecciones presidenciales del 2016, es que nos alejamos del continente del desarrollo.

La corrupción contraataca


El descubrimiento del plagio de la tesis doctoral del “ doctor” César Acuña nos da un portazo a quienes creíamos que la presidencia o los candidatos a ella, estarían ajenos a estas cosas (ya sé, en qué país vivo). Porque no es sólo Acuña y sus hilarantes explicaciones. Son también las explicaciones insólitas de sus defensores. Anel Townsend se lleva las palmas como si no fuera consciente de que esa defensa devalúa la lucha contra la dictadura y corrupción que ella encarnó a principios del siglo ¿hace cuánto tiempo conoce Anel Townsend a Acuña para defenderlo tan encabritadamente? ¿A cambio de qué? ¿Sólo de un proyecto como ella dice?

Lo de Acuña y su partido es terrible, pero también lo es ver a Keiko Fujimori liderando encuestas después de la nefasta dictadura de su padre y la secuela de corrupción, crímenes, mentiras y destrucción institucional y democrática que ella secundó. El lugar del fujimorismo es los tribunales y no las urnas. Una sorpresa similar nos asalta cuando vemos a Kuczinski, Toledo y Alan García. Es mucho lo que han debido explicarnos antes de presentarse a las elecciones y sin embargo están ocupando los primeros cinco lugares de las preferencias. Este imperio no “contraataca”; simplemente ataca, ataca, ataca…La culpa no es sólo de ellos.

Nosotros también somos culpables


La culpa también es nuestra por no exigir decencia de los candidatos. Y ese es el problema, la permisividad, el olvido, la impunidad que permitimos. Esa permisividad nos castiga alejándonos del continente del desarrollo, el de valores positivos, universales, acordes con el siglo que vivimos y con el avance que han logrado la ciencia y la tecnología por un lado; pero también las ideas y los valores humanos por otros. El Perú es otra vez un barco al garete, en el que nos jactamos de comer rico, pero no tenemos absolutamente nada más que eso. Estómagos hinchados, espíritus flacuchentos. Un rochesazo.

Toleramos todo con un encogimiento de hombros. Silbamos mirando al cielo. Cuando un país llega a esos niveles, cualquier viento lo puede llevar en mala dirección. Si en el pasado países como el nuestro fueron vistos como repúblicas bananeras, hoy nosotros mismos debemos reconocer que nos hemos convertido en una república bananera sin ningún atenuante. 

Cuando a fines de los 90 se comenzó a descubrir la corrupción de nivel industrial de Fujimori, el país todavía pudo indignarse y sacudirse del marasmo. La gente se reveló contra el fujimorismo; salimos a las calles, algunos renunciaron al parlamento, la TV se asqueó de sí misma, y los políticos buscaron soluciones a su propia podredumbre. Lamentablemente hoy estamos lejos de ello. Somos culpables por pasividad. Esperemos que en silencio, en secreto, se esté forjando en la juventud la fuerza del cambio que termine por llevarnos al continente del desarrollo de modo definitivo. Que la balsa de piedra de la que hablaba Saramago, encuentre no un capitán Han Solo, sino una tripulación que la lleve colectivamente a encallar en el Continente del Desarrollo.

San Isidro, 03 de febrero del 2016


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