domingo, 30 de junio de 2013

Trujillo: Somos como la tierra en que nacemos



Bruno es un familiar al que no veía hacía muchos años. Hemos coincidido con él y su hermana en la ciudad en que nacimos y a la que eventualmente volvemos alguna vez durante el año. Estamos a punto de almorzar en el hotel en el que se hospeda, cuando él lanza una singular teoría. Dice que somos como la tierra en que nacemos, como las propiedades que ésta tiene. Para explicarse me cuenta que su hermano menor, que salió de esta ciudad siendo muy niño aún y aquí es casi un foráneo, ha descubierto que sus males y preocupaciones, el estrés y alguna dolencia, desaparecen cuando viene.


Lo escucho y pienso que me pasa lo mismo. De manera casi imperceptible la ciudad se mete en nosotros por los poros y como en una purificación nos va sanando de cualquier cosa, desde una gripe hasta la locura. Bruno añade lo siguiente “yo me llevo una semilla de ají limo a Miami, allá la planto; crece, pero no pica” “Hay algo en las propiedades de esta tierra que la hace especial y le da los sabores que tiene el fruto. Y con nosotros hace lo mismo, nos da propiedades que en otros lugares no funcionan. O nos cura”.


Yo pienso, y se lo digo, en el espárrago. Esa planta de exportación que en los valles trujillanos da cuatrocosechas al año y en el resto del mundo una sola. Es verdad que algo tiene esta tierra. Pero no es sólo ella. Es también el sol, un poco pálido ahora por el cambio climático y el invierno, pero Sol al fin, que alumbra y abriga llenándonos de energía aún desde la timidez de unos rayos que apenas alumbran la plaza de armas, en la que acabamos de estar. Es el agua, cuyo sabor alaban algunas empresas limeñas que hasta vienen a Trujillo a fabricar sus productos en secreto, en ese secreto del agua que usan, más pura, sana y rica. Es el aire que nos oxigena, casi siempre puro y que sólo se convierte en ventarrón en la calle Grau amenazando despegarnos del piso, aquella Grau de los adoquines de piedra, esa en la que hace años quedaba la agencia Roggero y hoy tiene un aspecto solitario y antiguo como de tiempo detenido.

La tierra que cura
 Pero es sobre todo la gente. Esa gente que te mira sin sospechar tu interno regocijo, la alegría que te llena, la algarabía en que se convierten los corazones cuando se encuentran en paz, porque volver a caminar la tierra da eso, paz. Esa gente que te habla o no te habla, que te conoce o no te conoce; pero se comunica desde su silencio porque los códigos comunicacionales son los mismos que se aprendieron en la niñez. Entonces la mirada inquisitiva es mirada inquisitiva; la sonrisa es amistad y no sarcasmo; la amabilidad es eso y no cálculo; el extraño confía; las damas no caminan pendientes de quien camina a su tras, temerosas de todo, agachando la mirada o ignorando a quien cruza su camino; sino que caminan libres como reinas desfilando sus encantos en la primavera, con la mirada al frente y una sonrisa general. Y todo eso es la paz. Y la paz nos cura. Y nos cura la tierra toda; la que tomábamos en las manos cuando salíamos de palomillas siendo niños, a jugar el trompo, las canicas, la pelota; y nos cura la tierra que es sustrato de todo lo anterior, la que nos da los espárragos, el ají limo, la papa y otras mil cosas. 


Entonces pienso que sí, que Bruno tiene razón: somos como la tierra en que nacemos. Porque el agua se va al mar, el aire a otros rumbos, el Sol se apaga a las 6 de la tarde; pero la tierra se queda a fructificar y sanar. Hacía años que no nos veíamos, pero el tiempo ha pasado rápido y es hora de irme. Bruno se quedará en la ciudad unos días y será feliz andando esta tierra. Yo volveré en cuanto pueda para serlo nuevamente. No sé cuántas veces nos volveremos a encontrar, la vida nos llevó por diferentes caminos. Antes nos veíamos todos los días y ahora los años pasan como mastodontes que vemos caer, sin vernos.  Antes fuimos primos; el tiempo, la distancia, la tierra, el agua, el sol, la ciudad que añoramos, el colegio y los amigos compartidos, nos han hecho mejores amigos.



San Isidro, 26 de junio del 2013

sábado, 29 de junio de 2013

Consenso Sin Lima: la explicación



Del consenso antilima de levitsky, al consenso sin Lima, hay un mundo de distancia y trataré de explicarlo en el pequeño espacio de esta discusión.


Conversando meses atrás con un amigo ingeniero, él confesaba haber tenido una discusión (en el buen término) con una señora arequipeña, que le reprochaba que los limeños se llevaban sus riquezas. El amigo no sólo desechó aquella tesis, sino que sostuvo que Lima daba dinero a las provincias. Yo le dije que la señora tenía toda la razón y él me miró con sorpresa.


Cuando uno revisa las cuentas del estado encuentra que las provincias reciben menos de lo que aportan. Sólo las provincias muy pobres reciben algo más de lo que entregan. La ciudad que desde hace siglos recibe más de lo que aporta es Lima, invariablemente, cuando los conquistadores españoles empezaron a recoger el oro de las provincias, para construir sus palacetes en la capital o enviarla a la metrópoli española. 

En Lima no hay petróleo: Hay petroperu  ¿De dónde?

En provincias la pobreza es consuetudinaria

Y hay falacias que por supuesto inflan las cifras limeñas. Por ejemplo, la producción de una minera limeña (todas las grandes mineras son limeñas) aparece aportando al PBI de la región Lima; lo que no se dice es que la explotación de esas mineras se lleva a cabo en provincias. Los puristas alegarán “pero se les entrega el canon”. Sí, es cierto, el 30% en impuestos para la región. Yo pregunto “¿Por qué no el 100% para la región?”. Lo mismo ocurre con el petróleo, el gas, y hasta con los dineros por ingresos a los restos arqueológicos de provincias; que van a engrosar las arcas del ministerio respectivo, el cual raciona luego con gotero, lo que esa región recibe por ese mismo concepto, siempre poco, tarde o nunca.


Esto que el amigo ingeniero desconocía, está, como decían en X-files, allá afuera, para quien lo quiera ver; pero jamás se dice, nunca se menciona ni se discute. La intelectualidad limeña calla y la provinciana resigna. Pero cuando los limeños liberados por algún feriado largo, se desplazan por el país y miran la pobreza, la achacan a una supuesta “ignorancia” o “haraganería” o “socialismo” o “ideas de izquierda” de los provincianos. Es admirable la forma en que los comunicadores limeños desde los medios han pronunciado la frase “es que no saben gastar” o “no tienen capacidad de gasto”, para referirse a las autoridades regionales que aparentemente no poseen los conocimientos para formular proyectos que aprobados por Lima, les permitan gastar los dineros que poseen. Señalan el mal pero jamás mencionan una solución, a menos que ésta sea como parecen desear, volver al centralismo de antaño, del que no se dan cuenta (o no quieren darse cuenta) estamos no tan lejanos.


Pero entonces estamos claros que Lima expolia a las provincias su oro, gas, petróleo, agro y cada vez más productos que va encontrando a su paso. La pobreza provinciana es la gordura limeña. Las inversiones de los últimos tiempos, sólo generan empleo de mala calidad para los provincianos; y gerencias y supervisiones para los limeños, que llegan a las provincias como comisarios que reparten la sal de la salud a sus felpudos y el desprecio al resto. Llegan como golondrinas que no acamparan y por tanto no estarán el siguiente verano. Como aves carroñeras arrancan lo que pueden al moribundo -al que ayudan a matar- y luego emprenden la retirada para ser reemplazados por otro igual o peor. Ha sido la historia de la relación de Lima y provincias por cinco siglos y es eso lo que debemos cambiar. O somos un país o Lima es un país con sus colonias a las que explota y difama cuando es conveniente. O aprendemos a mirarnos a la cara y a tratarnos con respeto, o las provincias seguirán languideciendo y recibiendo el chorreo, que se nos vende como la panacea. Mientras seguimos viviendo de propinas y a media vida, la capital, engulle, engorda, dilapida, y se enriquece con nuestros recursos. Eso es lo que debemos terminar.


Pueblo Libre, 29 de junio del 2013