viernes, 15 de marzo de 2013

Francisco Pizarro y Diego de Almagro 2013: La Lucha Continúa



Hace algunos días miraba en Facebook un grupo de feisbukeros arequipeños. Son cerca de 30,000 miembros. También hay grupos de lambayecanos, trujillanos, cusqueños. Son lo que llamaré los grupos importantes, en cuanto a número de miembros del grupo y número de habitantes de la ciudad que representan. Hay también grupos más pequeños, que admirablemente y con romanticismo, tienen una vida, una actividad, una forma de estar presentes y amar a sus lugares diciendo “aquí estamos”. Son importantes como expresión humana, pero mínimos dentro del vasto universo de Internet.
La Parada: símbolo de un desencuentro de siglos
No encontré ni un solo grupo de limeños. Ni una mención o tímido intento de agruparse en torno de cualquier cosa, museo, lugar, afición monumento, idea, hecho. Nada en lo que quien convoque sea la Lima ciudad. Hay grupos de hinchas de clubes de fútbol, pero de eso prefiero no hablar, porque a ellos los convoca el fútbol o el odio al otro, no la ciudad, su historia, sus gestas, sus monumentos o el destino común.

En el grupo de Arequipeños me llamó la atención positivamente un mensaje. Había sido enviado poco después de las lluvias que inundaron la ciudad. En él se decía más o menos así “ya habrá tiempo de encontrar a los culpables, por ahora es momento de ayudar a la gente que ha sido perjudicada”. Me pareció sensato, lógico, de sentido común. Nadie aprovechó para arrancarle los ojos al alcalde o al presidente regional, ni para plantear la salida del cargo de esos funcionarios. Había algo más importante: atender a los damnificados.

En 1983 se presentó el fenómeno del niño en el norte del Perú. En Trujillo lo pasamos de terror con temperaturas que llegaban a 36 grados a la sombra y aún por las noches debíamos mantenernos fuera de las casas hasta la medianoche, esperando a que la temperatura descienda en nuestras casas-horno. En los primeros días de Abril la acequia Mochica se desbordó por las lluvias que caían en la sierra y su caudal, como un río,  atravesó la ciudad y sus urbanizaciones y lugares. En cada calle o bocacalle que el agua debió atravesar por kilómetros, encontró una población que codo con codo coordinó sin distinción de clases. Se premunieron de costales de arena no sé de donde, y levantaron barricadas que encauzaron el agua hasta llevarla a morir en los entonces áridos pampones de tierra de un costado de la avenida Larco.

En ambos casos, Arequipa y Trujillo, y seguramente en las demás ciudades nombradas, la respuesta a los problemas es una solidaridad que busca el bien común y el avance. Eso no existe en Lima y es un misterio. Independientemente del resultado que tenga la revocatoria de autoridades, queda una ciudad absolutamente fragmentada en donde el destino de uno no tiene que ver absolutamente con el de nadie. Uno sospecha de aquél y éste de todos. Hay un espíritu citadino enfermo que constituye un problema, pero los limeños jamás lo entienden así. Acostumbrados como están a mirarse el ombligo, piensan que esa situación de cosas es normal. 

Es cierto que el individualismo permea las grandes ciudades, pero también es cierto que estas pueden avanzar metas concretas que identifican a sus ciudadanos deponiendo ese individualismo. Metas como el orden, la lucha contra la delincuencia, mejor educación, mejores servicios, respeto. Son metas que deberían ser comunes y no lo son. La incapacidad para concordar los destinos de Lima se ha expresado en estos das de revocatoria. Ha menudeado el insulto, la mentira, el golpe bajo; y la ciudad ha estado ausente en ese debate. Pudo ser un excelente momento para plantearse metas y aportar soluciones, desde el respeto al contrario; pero se privilegiaron las artes de Carita y Tirifilo: la chaveta y el escupitajo. 

Es como si en esta ciudad de los Reyes, más de 500 años después, una maldición, o una consecuencia de los hechos históricos, recayerá sobre sus más de ocho millones de habiantes. Como si almagristas y pizarristas continuaran persiguiéndose por las calles para hundirse las espadas en los cuellos. 
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Pueblo Libre, 14 de marzo del 2013

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