sábado, 5 de mayo de 2012

En Trujillo del Perú, de viaje


El peligro de volver a Trujillo y andar sus calles con los ojos bien abiertos, es que uno se convierte en juez. Además está el odio y el amor, y las inevitables comparaciones y las preguntas sin respuestas. Yo camino preguntándome a qué hora me caerán encima los delincuentes que la prensa limeña ensalsa como los más temibles del planeta y que parece que tienen la ciudad controlada al milímetro  y a todos los trujillanos entonando Pedro Navaja hampón de esquina. Pero nada de eso encuentro que no sea la ciudad apacible y los rostros amables de toda la vida y de toda la historia porque así ha sido por los siglos de los siglos. Amén. ¿Y lo que dice la prensa limeña? Nada, algo tienen que inventar, porque de algo tienen que vivir y una buena mentira les ha ayudado a vivir. Y es verdad, aquí no hay huachimanes, ni rejas en las bocacalles de los barrios, ni tranqueras electrónicas, ni perros asesinos como en Lima.

                El amor. Caminar el centro de Trujillo es iniciar (o reiniciar) el amor con la ciudad  solariega y limpia de atmósfera, en la que uno dió los primeros pasos; es descubrir con asombro la belleza de los colores de las casas de la plaza mayor, únicos; pero también redescubrir la belleza de las casonas coloniales con sus ventanales de hierro. Descubrir su origen. Saber que aunque no se visite, al norte se tiene a Chan Chan y  al sur las Huacas del Sol y la Luna, que cada día convocan a más maravillados turistas; huacas que siguen develando sus misterios, para sorpresa del mundo, como el rostro del Degollador, que se ha convertido en un nuevo ícono de la ciudad. Es visitar el mural de Hastings y convencerse de que Trujillo sigue creando formas de maravillar a sus visitas.
Casona colonial en Trujillo
                El odio. Mirar Trujillo es también preguntarse por qué los trujillanos han elegido como alcalde al señor Acuña. Mi impresión siempre fue que ese caballero no da la talla para una ciudad tan importante y que la cultura no le alcanza para saber en dónde está sentado. Los brotes de basura en algunos barrios y algunas calles, la invasión ambulatoria, el desorden del tránsito en algunas zonas y la nula presencia ordenadora de las autoridades parecen confirmar mi impresión. Pero culpable no es acuña, sino aquellos que lo eligieron. También viene del amor y el odio el preguntarme en donde está el producto de las nuevas generaciones de trujillanos salidos de las nuevas universidades; como la Vallejo, de Acuña. En donde están las nuevas industrias, con y sin chimeneas, que deberían dirigir esos nuevos profesionales. No las veo. Si bien la ciudad ha cambiado considerablemente, corre el riesgo de calcutizarse porque es un crecimiento y cambio que no es dirigido por sus profesionales, sino por la irrupción de economías de subsistencia que saturan cada metro cuadrado. 

Tampoco veo los nuevos los nuevos liderazgos, las artes ni la gran cultura. Qué fue del Grupo Norte que marcó una época en el país? ¿Dónde están las inquietudes? Se habla  mucho de capital de la cultura, pero habría que pensárselo dos veces. Cultura no es el desorden, los colorinches, la saturación de los espacios.
Colorinches, saturación y desorden
               El amor. Caminar las calles de Trujillo es volver a tomarse un jugo en la San Agustín, probablemente el jugo más exquisito que se pueda beber en todo el país. Es comerse un pollo a la brasa en los Pollos Bolivar, para revivir la tradición; es buscar y casi no encontrar el King Kong de Castañeda, tan rico y tan exclusivo a la vez, y desear comérselo por la tarde con un café, o una cola, igual de sabroso lo uno y lo otro (nada me digan de Kinkones lambayecanos que saben a suela). Es comprar calzado bueno bonito y barato; buscar las contundentes yuquitas fritas del 24 horas, tan ricas y buenas que tres de ellas son demasiado. Es observar en el mercado central la fruta más maravillosa y colorida de todo el país; es mirar con angustia el colegio San Juan en el que fuimos felices, ver que lo han ensuciado; es mirar y no tener tiempo para entrar a comer helados en “El Chileno”; ni tener tiempo para 100 cosas más, porque llego a la conclusión de que esta ciudad es tan grande y posee una riqueza cultural visitable mayúscula, que ya no alcanzan 4, 7 ó 15 días. Entre museos, casonas, distritos, monumentos, comercios, se necesita más tiempo y no hay.

Pequeña muestra del enorme Mural de Hastings (UNT)
Apenas puedo ingresar a conocer la casa de Haya de la Torre, hoy restaurada y convertida en museo; visitar por segunda vez el balneario de Buenos Aires, para verlo convertido en lugar turístico de quienes desean ver cómo increíblemente se muere una playa; visitar una parte de la familia, reconocer a los primos viejos y conocer a los nuevos; en fin, Trujillo es el lugar del odio y del amor. Una ciudad hermosa que estremece por su belleza invisible y la calidez de su gente y su historia tan rica; pero que angustia por sus problemas no resueltos, porque no se le descubre el norte, y porque sus mejores hijos no están a la altura o están en otra parte.

Recuperada casa de Haya de La Torre


San isidro, 04 de mayo del 2012

2 comentarios:

  1. Jorge César Ulloa Valderrama! Me sorprendo una vez más al leer algo tuyo, como la primera vez - allá por el ya lejano 1982 -, cuando leí una página del cuento que dejáste olvidada en la vieja máquina de escribir de la familia. Cuánta sensibilidad hay en tus palabras y qué bien expresas el sentir de los que te leemos. Leer lo que escribes sobre Trujillo me llena doblemente de emoción, por ser un trujillano que ama su tierra y, por ser tu primo. Muchas gracias por tus escritos, por tus fotos y por lo que éstas simbolizan para la familia y los trujillanos de nacimiento y corazón. Un abrazo a la distancia Jorge César; veo que casi coincidimos en Trujillo, yo también regresé a la capital de La Libertad para celebrar con mis padres mis 50 años de vida; y, aunque ya no tenemos casa allá, la tierra la llevamos siempre en el alma!!!

    Bruno Campana Valderrama.

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  2. Bruno Marco, gracias por tus palabras. Justo esta semana con la romería a Miraflores y la vista a la tumba del profesor Nelsón Vásquez recordé el episodio de la máquina de escribir. Nada. Trato de hacer bien esto y de ser honesto con lo que miro y siento. Y sí, casi coincidimos en Trujillo, hubiera sido bueno, hay que planificar.

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