jueves, 29 de septiembre de 2011

Un Pequeño Milagro

          Estoy detenido en una esquina de Aramburú. En algunos tramos el tráfico es lento y pesado; en otros, rápido y peligroso. En la esquina contraria a la mía un anciano como de 80 se apresta cruzar la calzada de una transversal a Aramburú. En las manos lleva un andador de hospital en el cual se apoya para caminar. Ha puesto el artilugio en la calzada y ya da los primeros pasos. De pronto, cuando está cuatro pasos adentro, una camioneta 4 x 4 ingresa a la calzada. El conductor (o conductora, lo mismo da) observa al anciano, detiene el vehículo, espera. El anciano no levanta la mirada. Cruje su peso sobre el metal, cruje el metal bajo el peso del venerable señor. Cada paso de éste es una lucha; bufa, suda, se esfuerza y avanza. Va dejando la calzada. Un segundo vehículo ha llegado tras el primero, el conductor también decide esperar.

        Por fin el anciano gana su batalla. Termina de andar el asfalto, sonríe misteriosamente. Súbitamente levanta muy alto el brazo izquierdo como en un saludo a lo Haya de la Torre, gira el rostro a la derecha y esboza una sonrisa de gratitud. Ha sido una confluencia de gentiles: el respeto del conductor, la gratitud del anciano, la comprensión del segundo conductor que no ha reventado el claxon como otras veces. He dado un aplauso mental.

                Un pequeño milagro es posible. En cada esquina, en cada calle, en cada casa. En cada instante que atraviesa nuestra vida es posible hallar un milagro si nos atrevemos a buscarlo.

No los dejemos caer

San Isidro, 28 de septiembre del 2011

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